Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
La naturaleza, cargada de razones, se cuela en este alambique de andar por casa. Las araucarias, que vemos en distintos patios portuenses con cierto glamour, han ido añadiendo su porte en jardines públicos y privados.
La araucaria siempre estuvo acompañando mis andares y por eso la traigo aquí. Hasta este lugar, donde trato de contar (y a veces cantar), de donde venimos y hacia donde vamos. Es una manera de hacer ver a quien toman decisiones en nuestra ciudad, que lo que nos diferencia del resto son los pequeños detalles y las minúsculas historias. Aquellas que se instalaron de repente y día a día permanecen. Haga frío o calor -o qué se yo-, configuran nuestra fisionomía y nuestra manera de ser. Si me permiten, nos indican el sentido común.
La araucaria despelleja sus cortezas con paciencia. Crecen de adentro hacia fuera. Es cierto que si las tocas pinchan, pero si decides abrazarlas, te acogen y vibran, porque su corteza es solo corteza. Hecha durante años, y permitiendo que el árbol se asiente por dentro.
De un tiempo a esta parte, tras acontecimientos, lejanos y cercanos, desagradables (y me quedo corto), aprecio en la figura de las araucarias, esa tranquilidad y ese sosiego tan necesario. No es posible vivir de otra manera. Nos pongamos como nos pongamos.
Su crecer tiene leyes que desconocemos. Es lento y azaroso. Despliega ramas que nunca las pierde. Vive a otro ritmo. Ese otro ritmo es quizás lo que más nos cuesta entender a los humanos. A veces turistas apresurados o sedentarios.
Para tomar decisiones de calado, o simplemente decidir que camino tomar, no es suficiente hacerlo con firmeza. Supone limar todas las aristas, tener en cuenta todas las opiniones, respetar al distinto, tender la mano a quien lo necesita y saludar al vecino cada mañana. La cercanía debe permanecer, estemos donde estemos, seamos lo que seamos. Y hablar.
Quedemos unos minutos frente a una araucaria. Y reflexionemos con Tolstoi. Es posible que haya quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego. Pues eso.
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