El arte de lo inacabado

El Alambique

14 de febrero 2025 - 07:00

Si el polifacético artista Miguel Ángel hubiera nacido en nuestra ciudad, habría sido el escultor más prolífico de la historia. En El Puerto, el arte del "non finito" no parece una corriente artística, sino más bien un modelo que se repite cíclicamente.

En Florencia, Miguel Ángel veía en cada bloque de mármol una figura atrapada y sentía la urgencia de liberarla, aunque luego se aburría y la dejaba a medias.

Aquí, nuestros "artistas del urbanismo" también tienen una gran visión: ven una pasarela, un puente o un aparcamiento donde solo hay un solar vacío, y les viene la inspiración de anunciarlo… aunque nunca lleguen a empezarlo o terminarlo. Al fin y al cabo, todo gran artista deja alguna obra inacabada.

El problema es que Miguel Ángel tenía talento, y lo que aquí solemos ver es un virtuosismo distinto: el arte del dominio del boceto. El puente que cruzará el río lleva más años en el limbo que la Capilla Sixtina en andamios, el tanque de tormentas es la mayor excavación arqueológica desde Pompeya, y la pasarela del vapor es una obra tan conceptual que nadie sabe si alguna vez existió o solo se trató de una performance financiada con dinero público.

Pero lo más fascinante de este arte de proyectar es la reacción del público. Todo gran creador necesita retroalimentación, porque no puede existir la perfección sin revisión. Y aquí, el crítico es el ciudadano de a pie. Sin embargo, esta crítica tiende a ser más contemplativa que activa.

El "non finito", que nunca llega a completarse, se ha convertido en el fiel reflejo de nuestra sociedad. Así, los ciudadanos, en vez de demandar “obras acabadas”, parecen resignados a admirar únicamente los bocetos. Y en esta resignación, el político —el que gobierna, el de la oposición, el de antes y el de ahora— se siente menos presionado.

La política, como el arte, es un espejo de la sociedad. Si los ciudadanos nos conformamos, no siempre podemos culpar al político o al artista. En un mundo donde se acepta lo inacabado, la crítica se diluye, y con ella, el impulso para completar lo proyectado. El refranero español es sabio: "Obras son amores y no buenas razones", o como decía el chiste, "el arte es morirse de frío".

Miguel Ángel se deprimía cuando hablaban mal de su obra y rompía sus propias esculturas, una reacción natural porque todo boceto necesita retoques. Además, el artista, por mucho ego que tenga, se debe a su mecenas o "cliente". Por tanto, sin reflexión no hay obra maestra, y sin ella, seguiremos admirando, aplaudiendo o criticando solamente la maqueta.

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