Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
En el mundo de los reflectores y las ovaciones, hay un fenómeno curioso que nunca deja de sorprender: el arte del oportunismo. Sí, amigos, hablo de esa habilidad casi sobrenatural para aparecer en la foto justo en el momento oportuno, con una sonrisa más brillante que el flash de la cámara y una mano siempre lista para estrechar la del mérito ajeno.
Es un talento, si se le puede llamar así, que florece en los jardines de los actos culturales, homenajes y todo tipo de iniciativas que, aunque privadas, parecen atraer a estos magos del escapismo social como la miel a las abejas. Y es que, ¿quién necesita trabajar duro y dedicar horas de esfuerzo cuando se puede simplemente tomar el crédito en el último segundo?
Ah, pero no seamos ingenuos, no es solo cuestión de suerte. Requiere de una estrategia meticulosa y un olfato fino para detectar dónde y cuándo se levantará la próxima ola de reconocimiento. Y una vez detectada, ¡zas!, allí están ellos, surfeando en la cresta, mientras los verdaderos artífices del trabajo miran desde la orilla, a menudo con la boca abierta y el ceño fruncido.
Pero, ¿qué sería de nosotros sin estos valientes usurpadores de honores? La vida sería tan aburrida sin sus intervenciones estelares, sin su capacidad para transformar un acto de pura generosidad en una oportunidad de autopromoción. Son los verdaderos artistas del yo, yo, yo, eclipsando con su presencia la esencia del nosotros. El arte del oportunismo es, sin lugar a dudas, el acto de colgarse medallas ajenas, de aparecer en el momento justo para recibir aplausos por un trabajo que no se ha sudado.
Así que, la próxima vez que vean a uno de estos campeones de la atribución indebida, no se indignen. Mejor sonrían y aplaudan su destreza, porque, al fin y al cabo, ¿qué es un poco de reconocimiento robado entre amigos? Solo asegúrense de que su trabajo no sea el próximo en la lista de estos vivos, a menos que, por supuesto, disfruten viendo cómo otro se baña en tu gloria.
Y recuerden, en este teatro de la vanidad, todos somos espectadores… hasta que nos toca actuar.
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