La botellona

El Alambique

07 de agosto 2024 - 07:00

Cuando veo imágenes de la margen de nuestros pinares, y cientos de jóvenes haciendo botellona, recuerdo con nostalgia que mi generación inició tan insana, molesta y problemática costumbre hace algunos años. Eran los tiempos de La Huerta, la rampa del Buzo, de aquel almacén en la calle Federico Rubio para el invierno, o el callejón junto al Hospitalito, eran tiempos en que casi te escondías, buscando la intimidad, lo prohibido. Luego, los tiempos cambiaron, y los que nos siguieron pasaron a otro nivel, macroproblemático, ocuparon la Plaza de Toros, el Parque.

La moda, que tarde o temprano acabará por agotamiento, no porque se pueda hacer algo al respecto de forma efectiva, de momento aquí esta y con cada año se irá trasladando. Actualmente veo preocupado que se traslada a uno de nuestros pulmones más sanos y bellos, y secos, muy secos, pero que dan sombrita. Los pinares que saludan Puerto Sherry son ahora el último foco de concentración, la misma dinámica, distintos nombres, pero, en resumidas cuentas, jóvenes bebiendo barato. Algunos, como nos pasaba a nosotros, ni entrarán en los lugares de ocio, se limitarán a acudir al punto de encuentro acordado por diferentes intereses. Sin embargo, ahora es distinto y llega al punto de preocuparme. Algunos pensarán que al menos allí molestan menos, pero tener una legión de fumadores descontrolados, con copas de más, en verano, rodeados de pastos secos, asusta. Nunca me lo plantee de esa forma, hasta que alguien me trasladó su preocupación, no hizo falta que me convenciera, porque por pura lógica la zona en estos momentos puede ser presa fácil de las llamas… botellas al sol, colillas, cigarrillos mal apagados, golpes de ira lanzando lejos el cigarro, presa de los infantiles celos, o algún colgado justiciero que quiera darles una lección. En casos así, sí que algo se debe hacer. La inconsciencia, la imberbe seguridad o la chulesca actitud, el desconocimiento de la zona, todo influye, y el hecho es tan grave como si trasladaran su ocio a un gasolinera o junto a un polvorín.

No quiero confiar en la suerte de que no pase nada, ni en la mano de Dios. No quiero darle un voto de confianza a una juventud que, como toda, se considera madura y responsable, porque la casualidad y las lamentaciones son malas compañeras, pero casi siempre van de la mano. Y aunque muchos puedan pensar que al fin y al cabo no son más que pinos, lo peor es la ratonera en que aquello se pueda convertir, y cuando hablamos de vidas humanas y daños personales, el problema ya es de todas las conciencias.

Alertado el personal, ahora queda que algunos tengan sentido común y se vayan a explanadas abrasadas por el sol, o a sus casas, porque el riesgo a las cinco de la tarde es mayor, y, sobre todo, que otros vean el potencial peligro y comiencen a molestar, desalojar y multar de forma disuasoria, porque nada molesta más que la ruptura de la paz en plena botellona.

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