La buena pipa: el cuento

El Alambique

02 de marzo 2025 - 07:00

En la sociedad actual, es cada vez más común escuchar a ciudadanos expresar su frustración y descontento hacia aquellos en posiciones de poder. La percepción de que los mandamases piensan que el pueblo es tonto y que pueden cubrir sus espaldas a base de mentiras continuas se ha convertido en un sentimiento generalizado. Esta desconfianza se alimenta de acciones que parecen demostrar un desprecio hacia los ciudadanos y una falta de transparencia evidente en la gestión pública.

Ya lo vivimos en su momento con la desgracia del Prestige y aquellos ‘hilitos de plastilina’ que salían del buque, en donde se ocasionó la mayor catástrofe ambiental en la historia de España.

Y con el atentado terrorista del 11M que nos la quisieron colar con queso dirigiendo sus mensajes hacia la autoría de unos terroristas que les interesaban más electoralmente. Y ahora, vuelven con terquedad los mismos actores pero con figurantes nuevos. El tal es un alicantino con un descaro descomunal y que miente más que habla.

El desprecio hacia los ciudadanos se manifiesta en la forma en que se comunican las acciones, las decisiones y las políticas públicas. Las promesas incumplidas y las explicaciones vagas o contradictorias alimentan la percepción de que los líderes no valoran la inteligencia ni la capacidad crítica de la población. Esta actitud condescendiente no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también fomenta un clima de apatía y desilusión.

Uno de los ejemplos más evidentes de esta situación son los ‘viajes oficiales’ que no se justifican adecuadamente. Los ciudadanos observan con incredulidad cómo sus líderes se embarcan en viajes costosos, sin que se expliquen claramente los beneficios o resultados de dichas visitas. Esta falta de rendición de cuentas genera una sensación de abuso de poder y de desconexión entre los gobernantes y el pueblo.

Es fundamental que los líderes comprendan que la transparencia y la rendición de cuentas son pilares esenciales para mantener la confianza de los ciudadanos. La gente de la calle merece ser tratada con respeto y ser considerada como partícipes informados y críticos en el proceso democrático. El cuento de la buena pipa siempre sale a relucir con según que políticos.

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