El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
He tomado unos días de asueto columnista para tomar distancia y posar la mirada crítica en el variable horizonte, que dicen que te da perspectiva, como si fueras un delineante conspicuo. He vuelto, mas no como Terminator II —que fue el mejor de toda la saga—, y el ramillete de noticias me esperaba, la amalgama de temas, las vergüenzas propias y ajenas. En esta quincena mal contada ha pasado de todo, desde unos Juegos Olímpicos woke en los que cada cual se ha ofendido en la disciplina preferida hasta el ignominioso sainete de Carlos Puigdemont y sus cómplices gubernamentales y policiales; de los retrasos interminables en las estaciones de Óscar Puente al lanzamiento del LUR-1, el primer satélite vasco (sic), pasando por la orientada campaña mediática contra el turismo y la gentrificación.
La opinión pública nacional se gana o pierde a ritmo de memes. Ya lo he dicho antes, la manera moderna de desprestigiar al rival político es cachondearse de él, descenderlo a la posición más baja posible, al sótano, hundirlo en la capa freática del humor. Y ahora esta arma lúdica, esta jaculatoria comprimida con WinRar, se aplica como un ungüento liviano a todo tipo de cuestiones, entre las que se encuentra el turismo, subcarpeta: "Madrileños".
No sé si será cuestión de modas o ausencia de informaciones, pero cada año salen a la palestra los mismos mensajes antiturísticos que, no lo niego, pueden llevar algo de veracidad, pero que como toda generalización acarrean el pecado de la calumnia. Es una versión zalamera del racismo más pueblerino y cateto que pasó del Bienvenido Mr. Marshall al tourists, go home.
Encontramos gente quejándose —algo español y mucho español, eso sí— de que no hay aparcamiento, que no se puede reservar en los restaurantes, que los vecinos hablan raro o son chulos y van a las seis de la mañana a plantar su sombrilla en la playa, o la hincan junto a la tuya y no tienes una parcela libre de 40 m2 a tu alrededor, que hablan a gritos, se emborrachan, ponen en peligro el medio ambiente (Vid. Katy Perry en Formentera) y todo tipo de argumentos letárgicos, lisérgicos y letánicos.
Pero cuando este erial gaditanensis no era visitado por nadie y los comercios malvivían, ¿de qué se quejaba la gente? El día en que dejaron de venir 15.000 "pelones" cada trimestre a hacer instrucción a San Fernando, ¿se alegró la gente por tener más sitio en la playa? ¿Por no tener que cruzarse con esos chavales de Logroño, Burgos y Santander, hablando raro, con el pelo cortado al ras? Los negocios perdieron ventas y el empleo descendió.
No se me encabrite. Lo reconozco, juego a abogado del diablo pese a ser aristotélico per se: en el medio está la virtud, o lo que traducido resulta: ni tantos, ni tan calvos. Tenemos que hacer introspección, descubrir nuestros puntos fuertes y débiles y actuar sobre ellos. Y el turismo en la provincia de Cádiz, o en Málaga, es un motor económico fundamental para nuestro bienestar, el desarrollo empresarial y de las familias. Alguno dirá que hay que potenciar la industria, el I+D+I, y no centrar nuestra productividad en el sector servicios y hostelero, y lleva su parte de razón, pero lo que no podemos es negar la realidad y demonizar al visitante ocasional. Que tampoco esto es Venecia, aunque cada año el agua suba y suba.
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