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El Alambique
Jesús Andrades
Cositas de El Puerto
Tribuna Económica
Solo un premio Nobel tan imaginativo como Daron Acemoglu podía escribir el ensayo que publica Financial Times, situándose en 2050, y repasando desde allí las discusiones que se dieron durante 20 años de por qué, repentinamente, la economía norteamericana colapsó en 2030. El argumento puede resumirse en que fue una crisis con diversos detonantes, pero fraguada en el deterioro de las instituciones. Vemos en la historia que las naciones no tienen una preeminencia perpetua, y aquí las tecnológicas se fueron despojando de ropajes virtuales quedando al desnudo que sus enormes inversiones, ni justificaban las expectativas de sus cotizaciones, ni proporcionaban bienestar a las personas, ni productividad a otras empresas, y además sus sistemas podían ser reproducidos o copiados. Como dato actual, añadimos que desde 2015 a 2024 el múltiplo de los ingresos de las principales tecnológicas sobre activos fijos ha pasado de entre 3 y 6 veces a 1,5 y 2; son empresas que, como sus dueños, se valoran demasiado y producen poco. A una caída en bolsa, con esa concentración y dimensión, se uniría en un mundo sin ley la gran crisis de las criptomonedas, los países se despegarían del entorno del dólar y aparecerían otros centros de poder.
El punto fuerte de Acemoglu son las instituciones, que durante décadas crearon un entorno legal propicio a la innovación, la competencia entre empresas, y el acceso a nuevos empresarios innovadores. Cuando estas grandes compañías se apoderaron del Estado –en legislación, desregulación, y contratos– para triunfar y reforzar sus posiciones, hubo una quiebra del sistema de innovación. Las grietas en las instituciones democráticas eran particularmente anchas y profundas en Estados Unidos, y desde hacía cinco décadas la gente sentía la falta de correspondencia entre la enorme riqueza creada y el bienestar general, con un desastroso sistema de salud, y desigualdades cuyo problema no eran en sí las diferencias, sino condiciones de vida miserables y falta real de oportunidades para muchos. Pero el fracaso de las instituciones estuvo también en quienes pretendían tener soluciones en los mismos programas sociales de integración y mejora que no eran compartidos por una población que seguía sintiéndose agraviada; quizás el Obamacare fue una excepción, pero quedó en un ejemplo lejano, repetido porque había pocos más.
La polarización, tensionada por los medios de comunicación, impedía satisfacer las expectativas de una mayoría sustancial, que veía a los jueces doblegados, venganzas contra funcionarios y disidentes, y la persecución a medios por temas como seguir utilizando la denominación Golfo de México, en vez de la nueva Golfo de América. Instituciones desmanteladas no respondían ante catástrofes naturales y pandemias, eran manipuladas informativamente, se acusaba a los técnicos, y los problemas se ocultaban y agravaban. Así, aunque la crisis de la inteligencia artificial pudiera haber sido el detonante de la Gran Crisis de 2030, el desmoronamiento moral e institucional venía de lejos; era, como decía Bergson, el gran filósofo del tiempo sobre el que Emily Herring publica una interesante biografía: “El progreso invisible del pasado royendo el presente hacia el futuro”.
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