El parqué
Jaime Sicilia
Siguen las caídas
En vías de cumplir los cuarenta y ocho años la memoria me da para recordar cosas más allá de la Bola de cristal, un programa del que sólo me gustaban los episodios de "La familia Monster", por cierto. Puede que fuera porque nunca me agradó la movida madrileña. Y viendo ahora la sucesión de escándalos que envuelven a Juan Carlos I de Borbón, el rey emérito, no puedo sino recordar cómo era y qué se decía de él en el siglo pasado.
Campechano, sí, claro que lo era, y todos lo repetíamos cuando nos referíamos a él como si fuera su sobrenombre: Juan Carlos I "el Campechano". Porque era un tipo simpático y extrovertido, que tenía salidas graciosas y espontáneas. Los jóvenes poco sabíamos de su papel en el 23F, de Alfonso Armada, o de Tejero, que sonaba en boca de nuestros padres con recato: un militar majara que quería volver al antiguo régimen franquista. Y Adolfo Suárez, Carrillo, Felipe, y Don Juan Carlos, que eran algo así como los 4 Fantásticos de la época transicional.
El Rey montaba en moto oculto por un casco, participaba en los JJOO porque era un gran regatista, y de él se decía que era un conquistador, o sea, un tipo mujeriego. Que tenía una novia en Mallorca. Que había lanzado a otra chica por la borda de su barco (el "Bribón") porque había acudido la reina Sofía a pillarlo in fraganti. Recuerdo una noche que tuve el privilegio de cenar con Carrascal que nos contó algunas de las truculentas historias que había vivido en el palacio de la Zarzuela.
Pero era nuestro Rey y lo queríamos -la mayoría-, esa es la única verdad. Y muchos aún lo aman -V.E.R.D.E y todo eso- a pesar de que el mundo ha cambiado y comparativamente hablando, su hijo Felipe VI es infinitamente mejor Jefe del Estado. Juan Carlos I fue un monarca-empresario, que se iba a cazar elefantes en plena crisis económica, que se hizo con una gran fortuna que no aparecía en sus declaraciones del IRPF. Y que, además, tenía aventuras extramatrimoniales con mujeres, entre las que se encontraba una que estaba casada con Ángel Cristo, el notable domador de leones.
Siempre se dijo esto, claro está. Que el rey estaba liado con ella, Bárbara Rey, peligrosa vedette de los setenta-ochenta. Pero se le perdonaba, claro. Eran cosas íntimas, reductos de campechanía que igualaban al Rey de España con todos los demás mortales que sufrimos o ponemos cuernos, que somos infelices o golfos, o más calientes que el palo de un churrero. El Rey era un español más. Ninguna diferencia, salvo por las evidentes.
Ahora, coincidiendo con el proceso frente a Begoña Gómez y con que Juan Carlos de Borbón se encontraba "de vacaciones" en España, han empezado "sospechosamente" a airearse sus trapos sucios, publicándose una serie de grabaciones inconsentidas entre aquella pareja de infieles, que demuestran que el Campechano largaba tela, usaba a Bárbara como Corina antes de ser Corina: como paño de lágrimas y confidente de alcoba. Saber que esta relación fue utilizada por la Rey para lucrarse a costa del erario público me da repugnancia. Y el tono de alguno de los comentarios usados por Juan Carlos (le retiro el Don) en sus grabaciones me asquea profundamente, dándome ganas de espetarle su famoso "¿por qué no te callas?".
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