Campo de Guía

El Alambique

12 de marzo 2025 - 07:00

Toda ciudad evoluciona, crece, se transforma, cambian sus necesidades, y su diseño se va organizando en función de cada devenir histórico. Nada es eterno, si bien lo normal es que todo cambio lleve consigo el rechazo, la crítica, el odio. Hace ya bastante tiempo que El Puerto enfocó su economía mirando tanto al campo como al mar. Hoy día esa mirada ya se ha perdido, un margen del río con enormes espacios que antaño tenían vida, hoy es un baldío que sirve para conciertos, siendo un espacio totalmente desaprovechado. Lo que antes eran las afueras de la ciudad, hoy son el eje que une el centro con su expansión, antaño, enormes naves alojaron millones de litros de vino, naves propias de una época romántica, que conservan cierto encanto, un encantó que fue útil, pero que ocupan miles de metros cuadrados que solo sirven para cobijar maleza y alimañas, y en pleno nuevo centro de la ciudad. Claro que es necesario conservar lo bello de las ciudades, y a nosotros, hoy, unas murallas nos parecen algo hermoso, pero hace doscientos años se consideraban un atraso que impedían el crecimiento de la misma. Igualmente, para algunos, la belleza del casco de una bodega merece un reconocimiento y una conservación, ejemplo vivo de un antiguo esplendor, sin embargo, la realidad es que miles de metros cuadrados para regocijarnos en el antiguo esplendor son más que un atraso, un absurdo. Proteger muros vacíos, sin vida, alejados de su antigua realidad, carece de sentido. Miles de ideas surgirán, miles de proyectos, y convencido estoy de que, para algunos, ninguno será válido. La solución, no la tengo, lo mejor, no lo sé, pero sí estoy convencido de algo, y es que no volverán a llenarse de botas esos edificios, la industria no volverá a ocupar el centro de la ciudad, por incomodidad y falta de infraestructura, y también sé que la ciudad avanza, que esos cascos son como una raya en el monte, como un cortafuegos de la ciudad, un enorme vacío, una grieta que puede acoger zonas verdes, edificios, servicios, vida, vida, al fin y al cabo. Aferrarse a un pasado que no conocimos, llorar ante el muro de un edificio que antaño olía a vendimia es absurdo. Al fin y al cabo, tuvieron su función, pero su misión terminó, y el espacio que ocupan tan solo daña la mirada. Toda ciudad evoluciona, crece, se transforma, y vivir del pasado sin aceptar los cambios es el principio del fin.

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