Enrique Montiel
Esa música
El Alambique
De las cosas que peor llevo de Francia, los mosquitos están, sin duda, en lo más alto del podio.
Formo parte de la mitad de la población a la que le pican los mosquitos. Todos. Tras veranos de convivencia, he adoptado ya algunos hábitos: rociarme repelente si salgo a partir de las ocho de la tarde, poner el enchufe difusor por las noches, tener en el bolso una barra para el alivio de las picaduras. Si, mal que bien, he podido mantener a raya los mosquitos en El Puerto, por qué iba a ser diferente aquí.
El tiempo ha demostrado mi ingenuidad. Los mosquitos franceses -o al menos los de mi pueblo- nos han ganado la batalla. Salen incluso en las horas de calor; extienden su período mucho más allá del verano; ignoran los repelentes corporales. Pero, sobre todo, son muchos.
Ante esta invasión, la respuesta de los franceses y sus autoridades no puede ser más contenida. Pese a la presencia del mosquito tigre, que ha puesto en alerta roja a buena parte del país, el plan se limita a recomendar llevar manga larga y limpiar las acumulaciones de agua. Ahora están experimentando con la introducción de mosquitos infértiles, y causa furor en las casas un aparato que expele una sustancia ecológica para atraparlos. Todo por no correr el riesgo de arrasar también con otras especies, dañar a las abejas u otros insectos.
Yo, como damnificada por esta plaga, abogaría por una acción más agresiva. Los picores me ponen de los nervios, el solo sonido del revoloteo de un mosquito me altera y saca lo peor de mí: tengo ganas de fumigar las calles y los caminos, infestar los jardines de algún tóxico que los aniquile. Si pudiera, y rebatiendo el dicho, mataría mosquitos a cañonazos.
Pero controlo mi ira, entro en razón y busco alternativas. He comprado una especie de raqueta para matar mosquitos. Acaba con ellos de uno en uno, requiere paciencia y puntería, pero no hay riesgo de llevarme por delante vidas inocentes.
Parece mentira que, tras asistir durante un año a la masacre de víctimas civiles en Palestina, haya gente que niegue a las vidas humanas el respeto que ya concedemos a las abejas.
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