El parqué
Jaime Sicilia
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Pasear por nuestra ciudad, llenarse de su historia y entender nuestras raíces es uno de los atractivos que tiene nuestro Puerto y que sin duda con el nuevo paseo fluvial en la ribera del Guadalete se incrementa en dicho recorrido.
Hace unos días, en familia, nos dispusimos a conocer el paseo, desde el mismísimo Convento del Espíritu Santo. Pudimos estrenar la pasarela de madera que desde el estribo del antiguo Puente de San Alejandro hace que tengamos unas vistas preciosas de nuestro río.
Paneles ilustrativos con detalles de nuestra historia, jardines, bancos, la verdad que tengo que decir que es un paseo que recomiendo. De momento logré llegar hasta la depuradora del Paseo José Luis Tejada, eso sí, salvando el aparcamiento del catamarán, que afea bastante al mismo, pero me ganó el estar disfrutando de la corriente del Río del Olvido.
Donde quería llegar, y viendo que en los últimos días se habla bastante de ello, es el estado de nuestro Vaporcito. Digo nuestro y me culpo yo el primero, no de su situación, evidentemente, sino de no haber tenido el amor propio portuense que muchas veces digo que deberíamos tener. Por eso, todos somos cómplices. En nuestra ciudad es típico echarnos las culpas unos a otros para que nos salpique poco a nosotros mismos, sea en el ámbito que sea.
“Como una espina de caballa”, es lo que salió de mi boca al instante de verlo. Justo en frente de un panel, donde se podía leer la letra de Paco Alba de “Aquel vaporcito del Puerto”, viene a esta tierra un barquito, comencé a cantar bajito y rápidamente me callé, sentí vergüenza. Era como estar en un velatorio hablando bien del difunto a quien llevas años sin saludar. Lamentar la muerte de alguien a quien pudiste salvar. La vergüenza más grande que como portuense he sentido y máxime a sabiendas que en poco más de dos meses, si antes no lo han retirado, será visto por todas esas personas que vienen de vacaciones a nuestra ciudad.
Si algo de vergüenza nos queda y podemos hacer algo por el Vapor es honrar honores al mismo, incinerándolo como despedida y ocultando las vergüenzas de una ciudad que no quiso hacer nada por él.
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