Las cosas de la guerra

19 de febrero 2025 - 06:00

Las guerras son unas lacras de la involución. Dinero, poder, sexo, muerte. El reinado continuo del Tánatos, del Eros, de Némesis, del odio, del miedo, del terror, del…No existe un momento absoluto de paz, desde que el hombre dejó el Edén. Y siempre hay libros y documentales y ese incremento del plus de horror, que la idea misma de un conflicto armado, incuba en cada mente.

Hace escasas fechas un libro editado habla de los Leones de Rota, la historia de una centuria falangista que asoló Andalucía. Soldados de Salamina, fue otro libro que narró la historia del primer fascista, Rafael Sánchez Mazas, padre de los Ferlosio, que escapó con vida de un fusilamiento en Cataluña.

Anatole France, escribió que el arte de la guerra consistía en disponer los ejércitos de manera que no pudiesen huir. Mi tío Manolo, yo me lo imaginaba siempre envuelto en una manta marrón con una franja blanca y otra más fina, roja y que picaba mucho, de pequeño, me contaba cuando iba en descubierta a la zona de nadie, cuando habían hecho huir al enemigo. Y siempre recordaba el hambre. Y las botellas de coñac, que les daban para el valor. Habían conseguido una red y cazaban pájaros que les servía para mitigar el estómago ladrador. Un día descubrieron un pavo atrapado en la red. Con el hambre se ilusionaron. Cuando retornaron al campamento, un sargento se lo quitó, diciéndole que era para la comida de los oficiales. No ganaban ni pan ni circo.

El tío abuelo del Minglanilla Chico, trajo una medalla al valor que lucía, orgulloso tras la guerra. Contaba que una noche, en la guardia, dio el alto a las sombras oscuras de la tierra de nadie. El sargento, otro como el del pavo, organizó una patrulla para sorprender a la hueste enemiga. Al rato, se oyó un tiroteo formidable. Como faltaba poco para el amanecer, esperaron. Con sumo cuidado encontraron vivo al tío abuelo del Minglanilla Chico, y muertos al resto de sus compañeros. Y, ningún cadáver interfectado del enemigo. Él explicó que primero hicieron fuego los enemigos. Que se arrojó al suelo y desde allí combatió.

El capitán y los oficiales, vieron muy claro que el famoso tío abuelo había matado a sus compañeros confundiéndolos con una avanzadilla contraria. Pensaron formarle un consejo de guerra, condenarlo y fusilarlo. Pero el coronel del regimiento discrepó basándose en la bajísima moral que tenía la tropa. Decidieron que para animarlos, lo condecorarían y lo ensalzarían. Así logró la medalla, barakianamente.

Era conserje y algo así como un cid campeador de andar por casa. Antes de contarlo otra vez, fumaba en pipa, en un anhelo de identificarse con el personaje, y cuando se estremecía con un escalofrío, había logrado el esfuerzo inaudito para imprimirle al alma un sentimiento rítmico de asalto. Desde entonces no hay quien lo calle. Dios creó la guerra para que los americanos aprendiesen geografía, dijo Mark Twain.

Admiro el grado de fealdad que puede alcanzar una ciudad moderna. Uno cree que muere por la patria y muere por los capitales. El bien público está formado por un buen número de males particulares. Así no se acaba con las guerras.

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