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La carga acapara todos los titulares y centra toda la atención por un estilo en horas bajas -se pongan como se pongan algunos- que obligó a un rápido y sonrojante regreso a mitad de camino. Pero más allá de los problemas bajo el paso de la Virgen de la Soledad, la procesión del Santo Entierro dejó otra estampa aún más preocupante que no se limita a la corporación de Santa Cruz ni siquiera al mundo de las cofradías, sino que es triste reflejo de la decadencia de la ciudad; una decadencia de la que da muestras siempre que puede y que también dejó patente en la procesión del Sábado Santo.
El brillante Santo Entierro que tenía Cádiz, y del que hay buenas muestras en los archivos y hemerotecas de la ciudad, se limita hoy a la urna del Cristo yacente y al paso de la Dolorosa. Atrás quedó la implicación de las instituciones en la que se consideraba procesión oficial de la ciudad en su Semana Santa, que lucía un imponente cortejo (más allá de los capirotes negros de la primera mitad del cortejo y los blancos de la otra mitad) plagado de representaciones oficiales.
De aquello no queda ya casi ni rastro, en un cortejo venido a menos y reducido casi a su mínima expresión con apenas cuatro personas marchando tras el palio y delante de una escuálida Corporación Municipal.
Las administraciones públicas, las instituciones oficiales, los colegios profesionales y otras entidades han dado la espalda al Santo Entierro y a la procesión sabatina. La Semana Santa que todos dicen apoyar para obtener su certificado de Interés Turístico Nacional (un empeño inútil de las cofradías, por otra parte) se queda huérfana de más de una treintena de puertas a las que cada Cuaresma llama la hermandad de Santa Cruz sin recibir, en muchos casos, ni siquiera respuesta.
Bajo el paso de Soledad eran los cargadores los que no se presentaban o se iban marchando conforme avanzaba la procesión; y tras la urna de plata eran las instituciones de la ciudad las que daban la espalda a la cofradía, al momento evangélico que representa (el entierro de Cristo) y a la Semana Santa en general.
En la procesión idílica planteada por la hermandad tienen cabida más de treinta representaciones de otras tantas administraciones, instituciones y colectivos. Pero tras la urna sólo marchaban el presidente de la Audiencia Provincial (Manuel Estrella, siempre atento y participativo en las cosas vinculadas al prestigio de la ciudad), el subdelegado de Defensa (Javier Umbría), un inspector de la Policía Nacional y Caballeros Hospitalarios, que junto a los reservistas voluntarios y a los miembros del Consejo de Hermandades componían prácticamente toda representación militar y civil del Santo Entierro gaditano. Representación que cerraba una Corporación Municipal sin equipo de gobierno, ni Partido Socialista, ni Ciudadanos; solo los miembros del PP (salvo su portavoz, la liberada Carmen Sánchez) y el no adscrito Domingo Villero (en su puesto de concejal, aunque también invitado como presidente del colegio de Ingenieros Técnicos Industriales).
La ciudad ya se ha acostumbrado a no contar en estos ritos ni con el alcalde ni su equipo, como tampoco cuenta con el Subdelegado del Gobierno, la delegada del Gobierno andaluz, la presidenta de la Diputación Provincial, los responsables de la Policía Local, los de la Nacional, tampoco la Guardia Civil; ni hizo acto de presencia la Universidad de Cádiz, ni el Ateneo; por no hablar de los colegios de Abogados, Ingenieros Industriales, Psicólogos, Procuradores, Médicos, Farmacéuticos, Enfermeros, Administradores de Fincas, Agentes de Aduanas, Arquitectos, Veterinarios, Graduados Sociales o Economistas.
El director espiritual y párroco de Santa Cruz, palio de respeto, cuatro personas y la escuálida Corporación Municipal fue la ridícula representación oficial de la procesión del Santo Entierro. Signo inequívoco de que ese Cádiz en blanco y negro del que tanto se presume ha tornado en una ciudad decadente que ha convertido el brillante Sábado Santo en un Entierro de tercera.
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