
El Alambique
Belén Domínguez
Dependencia
El Alambique
Llevo 3 semanas de pelea con el móvil. Primero me falló la conexión wifi. El teléfono tenía ya bastantes años, pero no lo quería cambiar. Lo intenté, lo intenté y lo intenté y al final tuve que resignarme. A partir de ahí, lo que temía. Se supone que todo es ahora muy fácil, se pasa la información de pantalla a pantalla, se hace copia y ya está… Chorradas. A cada solución, un inconveniente. Para pasar de pantalla a pantalla necesitaba una aplicación que solo se podía descargar con conexión de wifi (que no tenía, por eso había cambiado de móvil). Para hacer el traspaso con cable necesitaba reconocimiento del mismo (con el que no contaba); para guardar la copia en la nube me faltaba espacio (también en el ordenador); con el portátil del trabajo había una incompatibilidad… Y así hasta que conseguí tener mis fotos, contactos y aplicaciones en el nuevo dispositivo. Luego llegaron las aplicaciones a puñados que venían preinstaladas en el teléfono nuevo y los “permitir”, tantos que yo misma me iba perdiendo entre amenazas de inseguridad y petición de permisos porque cuanto más inseguros estamos en la red, más nos quieren hacer creer que es culpa nuestra, que nos hemos relajado y hemos permitido que nos roben nuestros datos, que suplanten nuestra identidad. Incomodidades que al final no nos protegen de nada porque cuando quieren entrar, entran. No sé si fue por el cambio de teléfono, por coincidir que también yo me trasladé físicamente o porque realmente me hackearon la cuenta (como le acaba de ocurrir también a mi hijo y a varios de sus amigos), pero el resultado fue que me vi de repente en un bucle de cambio de contraseña, código de seguridad en el correo y vuelta a empezar hasta que finalmente perdí mi Instagram y se me creó un nuevo perfil en blanco.
Pérdida de identidad digital. Vacío.
He estado días moviéndome entre la frustración de no conseguir recuperarla (con la consiguiente pérdida de publicaciones, fotos y contactos) y la hipotética liberación de no tener pasado.
Estoy cabreada. ¡Qué dependencia! Por culpa de todo esto, se me ha colado una rendija de infelicidad a la que no había abierto la puerta. Ladrones. Me han robado la cuenta y la paz.
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