Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
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El Alambique
En la plácida bahía de la desaparecida playa de La Colorá, donde las olas besaban la arena con armonía y suavidad, se esconde una realidad menos poética que perturba la paz de los vecinos. Los chiringuitos, esos oasis de alegría veraniega, se han convertido en focos de ruido y desenfreno que desdibujan la tranquilidad de la noche.
No es solo el estruendo de la música, que parece competir con el mismo viento, sino también las borracheras que se desbordan por las calles como ríos de descontrol. La suciedad se cuela entre los adoquines, testimonio mudo de noches de fiesta que ignoran el descanso de quienes buscan en sus hogares un refugio.
Y qué decir de los apartamentos turísticos proliferando como surfinias en verano, especialmente en el casco histórico, ese corazón de El Puerto que late al ritmo de maletas y cerraduras electrónicas. El derecho al descanso, sagrado y esencial, se ve relegado ante la vorágine turística que no conoce de horarios ni de respeto. No todos, obviamente. Pero sí que todos sabemos quiénes son y dónde están.
Es un desafío, sin duda, equilibrar la balanza entre el desarrollo económico que el turismo aporta y la calidad de vida de los residentes. Pero no debe ser una misión imposible. Se requiere de un compromiso firme por parte de las autoridades y de los propietarios de estos establecimientos para que la convivencia no sea solo una palabra bonita en los folletos de bienvenida, sino una realidad palpable.
Y yo propongo varias medidas que podrían ayudar a restaurar la tranquilidad de los residentes: regulación de horarios, zonas de silencio, inspecciones regulares, límites a licencias, educación y concienciación, participación ciudadana, mediación y diálogo, y también sanciones efectivas.
El Puerto, reliquia cultural y epicentro de la Bahía de Cádiz, merece un futuro donde todos puedan disfrutar de su belleza sin sacrificar la serenidad. Porque al final del día, cuando el sol se esconde y las estrellas toman su lugar, lo que realmente anhelamos es la melodía del silencio, esa que nos permite escuchar nuestros propios pensamientos y soñar con un mañana mejor.
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