Enrique Montiel
Esa música
El dorado septiembre encalla sobre los restos del verano. Como los viejos candrayes. O cualquier tablazón que oxide la marisma. La madera es alquimista de la plata vieja igual que el lodo bajo el sol. Es él el que me habla de los grandes derrumbaderos allende la Casería. De los eucaliptos que parecen durar sobre generaciones. Del sonido de los vientos. Casi siempre pareados.
Siento sentimientos –pleonasmo obliga- amargos bajo la imposibilidad humorística. Algo así como una sed de lo absoluto que termina en nihilismo. Mido mi vida de este instante con cucharillas de café. Imagino versos con ritmo lento, profundo, sin remolinos. No como el caño. Un buen verso te transmite la sensación de algo muy hermoso, de algo que sufre infinitamente en su interior. Es en esa sed de ser donde percibes algo elevado y a la vez lo que impulsa a caricaturizar la incurable mediocridad de algunas vulgaridades selectas. Porque, en nuestro tiempo, las artes padecen no la falta de talentos, sino la falta de disciplina y estudio. Hay que acercarse a las artes sin impedimentos psíquicos, porque todos adquirimos ciertas responsabilidades para con ellas en esta vida.
Una ola redime su batalla sobre las piedras del castillo. Me he traído un libro casi ilegible y sin significados reales. Un sentimiento básico en mis pupilas. La sed de sentir. Leo, Finnegans Wake, libro posible en su imposible donde los halla. Recuerdo que Joyce, en el 'Ulises¡, en el capítulo 18 y último, evocará a Joselito El Gallo. ¿El Ulises? ¿El toreo? Pues sí, ola perdida de las letras y el agua que retorciera Camarón en su garganta lírica. Finnegans Wake es literatura densa sin literatura. Huidobro, en España buscó ése sentido. –las palabras se ayuntan disparatadamente- libro calificado como poliédrico y proteiforme. Con su trasfondo inarticulado y sin forma. Entonces, oigo cantar a las sirenas con su canto coral. El viejo canto espiritual de Juan de la Cruz me lo define: "el que sabe los más finos detalles de un arte avanza siempre entre las sombras, sin su conocimiento inicial, porque si no lo deja atrás, nunca se liberará de él".
Soy una máquina de combustión interna. En un mundo exterior enfermo y envenenado donde los sentidos se evaporan y pierden la realidad en la corriente de las impresiones, prefiero mirar ese cielo. Acordarme de las tertulias de "Cuerpos y Almas", leer y servir hasta el último momento una serie de valores humanos sin los que todo perdería todo su sentido. Es el crisantemo del amanecer entrando en mis pupilas. Hoy que no tenemos místicos. Hoy que el cielo rima en nubes que no podemos concordar.
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