Enorme pez de amor y viento

17 de septiembre 2024 - 03:04

Ati te pido permiso para navegar. ¿Para dónde miras hoy? Mar de fondo, poniente largo, luna llena, marea grande, calma o levantera furiosa, quizá. ¿Hacia dónde enfilas tu sombra? Vengo a la amanecida a visitarte, coloso de bronce. Y ojalá te vieran para siempre mis ojos en cada enclave mágico que evoca la historia almadrabera que bulle en la sangre. Y sí, a la amanecida sería obligada la visita de cualquier amante del mar y de los vientos a cualquiera de las siete veletas, los siete atunes de bronce que son ya imprescindibles al borde marítimo, desde La Línea hasta Cádiz. Necesario deleite contemplar su envergadura de siete metros de longitud por seis, de altura la cola, en un eje de otros seis. El padre de los atunes colosales es Pedro L. Barberá Briones, chiclanero sencillo, artista grande, quien seguramente no es consciente, o sí, de que su trabajo es ya un símbolo, patrimonio no sólo de nuestra cultura, sino la evocación de lo que somos: mar, viento, artesanía, oficio marinero. Atunes, como vigías majestuosos de la costa gaditana, este rincón del mundo que todo lo tiene y no lo sabe.

Justo por eso hacen falta expresiones como ésta, todo un homenaje sentimental que ya está en el imaginario colectivo de los que las vimos surgir, y de los que ya han nacido sabiendo que en las mejores playas del mundo hay un atún gigante que vigila el mar abierto y sus humores. Sin duda, una obra de arte atrapa el alma de su autor para darle libertad en la mirada de los demás.

Y hace unas semanas, en el Centro de interpretación del Vino y de la Sal de Chiclana, servidora tuvo la oportunidad de conocer en persona al ‘señor de los atunes’, cercano y atento, dándome a conocer su proceso creativo e inquietudes. En la conversación, una chiquilla de unos nueve años se le acercó para fotografiarlo, “abuela, mira quién es”. Me sentí inmediatamente identificada con esa emoción infantil al saber por fin quien está, e incluso se esconde con humildad, detrás de la maravilla.

También mis hijos se han acostumbrado a saludar a la hermosa veleta que mira con la misma condescendencia con la que la plantaron allí en paseo de la avenida de la Bahía, al barrio de Puntales o al puente nuevo en Cádiz. Podríamos soñar, si me lo permiten, que está frente al bar Quilla, velando por La Caleta, o en pleno Paseo Marítimo para marcar el punto exacto donde faenaba la almadraba, mucho mejor (Bruno, “ha er favó”, llévatela pallá). En fin, es nadar contracorriente quizás y lo que pide el cuerpo es agradecer con vehemente alegría que existan devotos del enorme pez de amor y viento, como el escultor Barberá Briones que comparte pura inspiración para alimentarnos los sueños.

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