Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
La Corredera
Estamos esmorecidos con tanta tragedia. Esa tormenta que ha inundado tanto a Valencia como a los pueblos a su alrededor nos tienen angustiados. Verdaderamente es una gran tragedia y aplauso para los mismos Reyes Felipe y Leticia que han ido a solidarizarse con los damnificados. A pesar de que algunos crean que ellos tienen la misma hipotética culpa que reclaman al presidente del Gobierno y sus ministros del ramo.
Yo he sido testigo hace tiempo de algo parecido por estos contornos, aunque en mucha menor proporción. Recuerdo a un pobre hombre que viviendo en una choza que se construyó cerca del río, cuando vino una riada, se sentó en la puerta de la dicha choza y colocó en frente un palito en el suelo que le indicaba como subía el nivel del agua desbordada. Afortunadamente no llegó el agua a su palacio de paja castañuela. Y todo hay que decirlo, había construido sin hacer caso de que aquel baldío donde la ubicó era susceptible de inundación cuando lloviera en cantidad.
Toda España está solidarizada con los ches, lo estamos viendo, los boticarios también, que nuestros colegas la estarán pasando canutas. Pero yo me acuerdo además de aquellos que no tienen compañía, que están solos. Y eso es terrible. Ese vecino que no tiene agua potable ni pan ni croquetas en la nevera, pero aún peor es estar solo sin nadie con quien compartir la angustia y el miedo. Siempre se ha dicho “más miedo que una vieja” aludiendo a que un anciano/a en su triste soledad hasta ve cocodrilos debajo de la cama.
Imagínense ustedes a una mujer o a un hombre ya con sus años que ve llover y llover y a través de sus ventanas observa cómo la riada inunda su calle y no solo esto, sino que ve también cómo el agua entra en su casa y peldaño a peldaño sube la escalera y entra en su piso y solito, sin nadie que le ayude ni le dé ánimos ¡Qué angustia! Lo de menos es que todo se moje, lo malo es no saber qué hacer ni por dónde tirar.
Siempre pienso y digo que la soledad es la peor enfermedad que existe. Me contó un hombre ya mayor que su madre, estando ya malita, le decía “mira hijo mío, cuando tú veas que yo me estoy muriendo, me coges la mano y no la sueltes, es el mejor consuelo que me podrás dar en ese momento”. Y continuaba el hombre: “así lo hice, hasta que dejó de respirar”.
Bueno, pasemos página. Y miremos al futuro, sacando la moraleja conveniente. Y de ella, saber y entender que lo mejor que se le puede dar al solitario o solitaria es compañía y amistad. No construir en sitio anegable, sea donde sea. Y esto es misión del gobernante y del ciudadano. Y luego lo más importante, que cuando veas a alguien sobre todo ya mayorcito, que la mejor medicina es la solidaridad y el acompañamiento, la amistad.
P.D. No me queda más que decirte. Con lo dicho basta.
También te puede interesar
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Más allá de lo amarillo
Gloriosos
El parqué
Caídas ligeras