Álvaro Robles Belbel
El BCE baja mientras que la Fed muestra cautela
el poliedro
Hace unos días El Economista publicaba una noticia llamativa, con un titular extenso: “JP Morgan ve a España como la mejor economía de Europa, y da una razón que nadie vio venir: la fácil integración de los latinos”. Aceptemos, en primer lugar y con gusto, a España como la vigente economía más briosa de la UE, a pesar de nuestros serios problemas de deuda pública; y de acceso a la vivienda y de tasa de desempleo, patologías cronificadas que son particularmente graves para los jóvenes españoles. Y aceptemos también que la conclusión de JP Morgan no es gratuita, en su juicio preclaro y no poco sorprendente, cuando propone que el milagrito macroeconómico español va a ser en buena medida cosa de la “fácil integración de los latinos”. Que es que no nos damos cuenta de nada.
Más allá de que, ya puestos a ser rigurosos, es un hecho que los llamados latinos, o sea, los centro y sudamericanos, son más bien hispanoamericanos o iberoamericanos, atribuir a dicho origen migrante nuestro vigor en PIB o nuestra inflación es una pirueta algo artera, y un alehop casi circense. El dictamen de JP Morgan se adereza con una llamada a la consideración racial y cultural, que resulta subliminal e indubitable a poco que le echemos una pensada: “España está logrando algo que no sucede en Alemania ni Francia”, afirma el informe. Pero, si hablamos de integración, meter a Alemania y a Francia en el mismo saco en cuanto a su capacidad de absorción cultural de los migrantes de la Tierra es atrevido, y comparar a churras del primer mundo europeo con merinas del segundo –España, por ejemplo– es históricamente impreciso, y quizá desatinado. Sin embargo, hay verosimilitud en alinear la compatibilidad idiomática y cultural y de tradición cristiana con la integración de quienes se ven obligados a aspirar a un mundo más promisorio del que abandonan.
Según Funcas, el 18% de la población española es inmigrante; unos ocho millones de sus residentes de hecho. Con papeles, es otra cosa. Por cierto, y para no caer en el cinismo, conviene hacerse cargo del horror intransferible que debe de ser emigrar sin tener papeles ni un níquel en el bolsillo, ¿hasta dónde nos alcanza la caridad, o la compasión? Por nacionalidades, la mayor proporción de los inmigrantes aquí procede de Marruecos. Por grupos continentales, los iberoamericanos –dichos latinos– suponen más de la tercera parte de los afincados en España, casi al mismo nivel que los provenientes de la UE, mientras que los africanos del norte o el sur del Sáhara ascienden a la mitad que esos dos emisores.
Atribuir a los pensionistas inversores de la Europa próspera y, ya en precario, a los iberoamericanos una mayor capacidad de asimilarse, adaptarse o integrarse que a los musulmanes es una hipótesis defendible, aunque es un tabú como una casa, porque eso implica considerar a la integración de los musulmanes esencialmente más dificultosa, y sólo relativamente deseada por quien a Europa migra. Te pueden caer excomuniones laicas a punta de pala.
Volviendo a JP Morgan, no cabe esperar fraternidad de un gran banco global: nunca ha estado el poder financiero para eso, y nada cabe reprocharle sin resultar ingenuo el reproche. Pero sí, a partir de la conclusión de JP, podemos interpelarnos sobre si puede tener este país, España, una especial palanca de integración y, por ende, de crecimiento económico y de ventaja comparativa, por el hecho de hablar un mismo idioma y pertenecer a una común esfera cultural quienes huyen de la miseria, y aceptemos como parte de esa comunidad antropológica al cristianismo. De JP Morgan, creámonos lo justo: Manhattan nos queda lejos, y nosotros a ella. Pero se non è vero, è ben trovato. Lo diga Agamenón o su porquero.
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