Sin filtros

13 de abril 2023 - 01:31

Vamos a morir todos. No es que me haya levantado catastrofista, es que la certeza de la muerte, paradójicamente, es necesaria para poder sobrevivir medianamente cuerdos. En seguida me van a entender. Hace unas semanas me invitaron a leer poemas junto a otras compañeras entre las que estaba la poeta Nerea Galán, quien además de ser un grato descubrimiento en lo literario y personal, me ha dejado pensando hasta hoy en la esencia de su disertación acerca del miedo a vincularnos en lo afectivo y lo confusos que estamos, sobre todo los que no entendemos las moderneces y nos hemos criado con Disney. Abundancia de puretones a la deriva en apps de citas. Pero la epidemia que nos lleva a ver Netflix, con copa de vino y solos los viernes (muchos suben la escena a IG como una proeza), afecta también a los de la treintena. En una realidad virtual en la que abundan los gurús de la identificación de narcisistas y psicópatas, como Piñuel o Psicokillers, la reproducción por esporas de los mismos, y el exceso de banderas rojas en las relaciones en la que el empacho de individualismo a veces es temor a perder la "libertad" que no entiendo yo muy bien en qué consiste. Es el momento de la apología de la soledad disfrutada porque se elige (¿En serio?) y el consumo de sexo a lo happy meal. La entrega a los demás, la verdadera entrega, incluso la renuncia al placer inmediato por el largo plazo, es motivo de alarma: cuidado. El amor romántico es tóxico, lo sabemos y estamos infectados. Pero ser hologramas y no almas verdaderas, imponer límites incluso a quienes nunca pensarían sobrepasarlos con la intención de amarnos de verdad puede ser nefasto. ¿Y si lo valiente no es soltar siempre que algo o alguien no nos encaje, ni alejarse, ni el contacto cero la primera (sí es necesario por evitar un peligro real), sino quedarse un rato de vida junto a una sola persona?. ¿Y si en lugar de cazar psicópatas aprendemos a sanar nuestro interior? Es que ningún tóxico habla sobre su propia toxicidad, y a lo mejor es bueno empezar a mirarnos en el espejo. Somos sociales, necesitamos vincularnos para seguir adelante. Nadie soportaría Netflix a solas el resto de su vida por miedo al dolor. Dejar de creer profundamente en los demás es peligroso, aunque tengamos motivos de sobra para la misantropía feroz. Es necesaria la fe en la capacidad de amar y de que nos amen con la misma certeza de la muerte y aceptando que estar para otro es empatía y un poquito de sacrificio, porque todo no encaja siempre (o nunca). Es bueno asumir que avanzar debe doler un poquito, y que renunciar al ego hace pupa, y nadie, créanme, sabe ser un ejemplar perfecto digno para ser elegido como vínculo con la aprobación universal de nuestros propios prejuicios. Y como nos vamos a morir, sí o sí, mejor respirar sin miedo y sin filtros.

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