Enrique Montiel
Esa música
La verdad suele ser un fragmento de la realidad. La realidad es lo que golpea, agrede o agrada según los casos y las cosas, pero siempre es esa gama de grises que va del blanco al negro y que suele o puede ser infinita. He dejado pasar el día de la mujer, porque por encima de leyes o derechos, siguen muriendo. No hay ni infra ni subestructuras para poder paliar las horribles agresiones, las heridas y sus muertes. Y me enferma ver a los políticos para el minuto de silencio, con las pancartas y las fotos, que no valen sino como acto de ellos para ellos y ante lo que no saben o no quieren o no pueden paliar. Esto que narro en recuerdo de una mujer de clase, pasó a los dos años después de morir mi querido Cervantes, y sigue siendo lo mismo, con progresistas y conservadores, con guerras o con paz, con leyes o sin leyes. De todos los partidos.
Doña Catalina María Zambrana y Cernúsculi, dama de singular hermosura y belleza, partió para Filipinas con su esposo, nombrado capitán general de las posesiones españolas. Fue un gobernante capacitado y reconocido, hasta que, los dimes, diretes y las confidencias de falsas amistades le pasaron información sobre Doña Catalina, quien faltaba a la fidelidad conyugal. El 12 de mayo de 1621, acudió adonde le habían indicado y sorprendió a la mujer con ropa de hombre en casa de su amante. Don Alonso dio muerte a este por su propia mano, a su tercero en el mando por cómplice y seguidamente a su esposa, a la que después de herirla, le llevó un confesor para que se arrepintiese de sus pecados y, seguidamente, la remató. El capitán general Fajardo, definido por los oidores de la Audiencia: el gobernador era violento, agresivo y de difícil convivencia y le critican no solo por su labor como servidor público, sino por los excesos de su vida privada por ser mujeriego y bebedor. Aun así, dicen que se sumergió en una profunda melancolía y sólo sobrevivió a los hechos narrados tres años. Pero dejó manda testamentaria para que su cuerpo fuese inhumado en la Iglesia de San Nicolás, al lado derecho del altar mayor, en sepultura inmediata al lado de su esposa…como si en el más allá no hubiese ocurrido el asesinato.
Es horrible el suceso, huele a venganza, a nocturnidad, a premeditación, alevosía, abuso de superioridad y odio. Aquella mujer, difamada, nunca vengada, pasó al olvido y a los siglos.
Pero hoy es igual. En todas las cadenas de televisión son noticia casi todos los días, agresiones, físicas y mentales, terror y confusión. La familia llorando en el sepelio y los políticos con cara evergetista, trasonista y dura, con fotos y cámaras repudiantes mientras hijos sin padres en muchos de los casos, quedan, como dice el modismo, "a la buena de dios". Al día de la mujer, estadísticamente, eran cincuenta y ocho las mujeres asesinadas desde principios de año.
La foto y el silencio, el silencio que queda detrás, que no permite que se corten de raíz, esas agresiones, esa sed de sangre, ese odio vestido de honor manchado, que seguiremos viendo en la programación audiovisual y periódica, mientras todos hablan y ninguno actúa.
La verdad es esa. Y la realidad también. Y la soledad, el miedo, las amenazas, los golpes y todo lo demás, manteniendo en cuatrocientos años, en este caso, la misma forma de sentir y obrar, la sed de sangre, que no es progresista ni conservadora, y no admite división, para esas secuelas que jamás abandonan a esos seres perdidos, a los hijos y a sus familias. La foto y el silencio, ese terco silencio que se calla, además.
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