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El Alambique
J. García de Romeu
De grafitero a pintor
El Alambique
La realidad siempre supera los tiempos, realidades que a muchos les suena a casposa maniobra de otros tiempos, pero que siempre funcionan. Desde un punto de vista penitenciario, las penas deben ir dirigidas a la reinserción, jamás al castigo, las multas, sin embargo, más que reinsertar, pueden hundir en la miseria a quienes optaron por abandonar el camino. Y si embargo, si de poderosos se trata, pocos devuelven lo sisado. Opiniones para todos los gustos, y sermones de quienes ven el trabajo como castigo, una humillación impropia de personas civilizadas. Sin embargo, la multa, castigo, imposición administrativa o lo que sea que ha ocurrido con el grafitero, a pocos desagrada. La tan amada libertad de expresión, sin limite alguno, excepto cuando va dirigida a quienes enarbolan dicha bandera, pasa porque tengamos que convivir con irrespetuosos que manchan fachadas, bienes públicos y privados, menos su casa o sus propias bienes. Imponerles ejemplar “castigo”, de devolver a su estado habitual aquello que no respetaron siempre ha sido una opción, poco impuesta, a decir verdad. Era mas sencillo, civilizado y humano el imponerle una sanción coercitiva, las mejores las impuestas a insolventes, que con el documento de pago hacían lo que todos estamos pensando, y que, como es natural, ni ejemplarizaba, ni coartaban a la hora de volver a la carga, ni mucho menos, les quietaban las ganas. Lo mejor de todo, la publicidad mediática, la cobertura que los medios han dado a algo que debería ser lo normal.
El problema es que algo tan aislado como lo ocurrido no servirá de ejemplo, y cientos de jóvenes, o no tan jóvenes, seguirán pintando lo ajeno, en un afán de superación y máxima expresión de su arte, en algunos casos, en otros no son mas que fálicos y bastos grafitis sin apenas sentido del arte o del decoro. Por ahora, la medida es buena, y antigua, pues hasta en ruinas romanas han aparecido grafitis de mayor o menor tamaño, y desde entonces, con su firma o sello identificativo, porque si de algo gusta un grafitero es el que se conozca la autoría, pues algunos, como los perritos, son amigos de marcar su territorio. Ahora bien, el problema estriba en que, al parecer, el propio autor impuso su castigo, ofreciéndose a reparar el daño, pero aun siendo una medida legal, quien le hubiera obligado… por ley, a dicha reparación, eso si sería noticia y un ojo por ojo, un trabajo forzado, un atentado contra la libertad y el derecho penitenciario español, propio de barbaros que humillan al ser humano. Cada cual que saque sus conclusiones.
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