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El Grinch de La Isla
Náufrago en la isla
Algunos de mis amigos, atendiendo a lo que digo o escribo, dicen que soy el Grinch, que odio la Navidad, por más que yo les explique que no he visto esa película que creo que va sobre un antihéroe navideño. En realidad, tampoco veo películas navideñas desde la última vez que me senté delante de Qué bello es vivir, que esa sí me sigue emocionando. A mis amigos no les vale mi juramento repetido de respeto profundo a estas fiestas y al mensaje central que propagaba aquel que fundó involuntariamente estas celebraciones con su nacimiento hace 2024 años.
Entonces, a ver si me explico: me gusta la Navidad, me sigue provocando en determinados momentos emociones infantiles, esas que aparecen como auténticas, aunque vaya usted a saber. Y el de 'Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad' me parece uno de los mejores proyectos políticos de la Historia. Pero también me apasiona el queso de Cabrales y sin embargo sería una pesadilla comerlo todos los días en grandes cantidades, a todas horas y durante más de un mes.
Si la Navidad se la apropian los políticos locales para decretar 30 días de alegría oficial y ruidosa, me pasa lo mismo que con el Cabrales, que no sólo se repite sino que se me repite. A ver, se le puede terminar cogiendo cariño al importado Papá Noel (a fin de cuentas todas estas tradiciones fueron importadas alguna vez), pero, ya puestos, uno prefiere imaginarlo allá en su fantástica casa de Rovaniemi, rodeado todo el año de sus queridos y mágicos renos y dándose una vuelta universal por el planeta en la única e irrepetible noche de Navidad, antes que instalado como un okupa de lujo en una cabaña en la plaza del Rey, soportando a niños y padres reales.
Por otro lado, la gracia de un Mesías es que nazca un día señalado, una vez al año como mucho. Si el trascendental alumbramiento se produce cada jornada durante más de un mes no me negarán que la cosa se diluye. Si celebráramos nuestro cumpleaños tantas veces, ya les aseguro que al segundo día no vendría nadie y, por supuesto, no habría ni tarta de supermercado. Pero con la Navidad esto no ocurre: los invitados al nacimiento vienen un día y otro, no se cansan. Será que con la repetición ya se nos olvida para qué veníamos. No, no lo conozco ni he visto la película, pero ya me está cayendo bien el Grinch.
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