El Alambique
Manolo Morillo
Betilo
El Alambique
No hay nada nuevo sobre el sol abrasador, y al igual que en los gloriosos días de la conquista del salvaje oeste, la historia se vuelve a repetir. Los civilizados meapilas que se marchaban de la vieja Europa buscando el silencio, lejos de aquellos puros latinos y el desenfreno de las fiestas y los carnavales, llegaron a un nuevo mundo, pacifico, una vez que acabasen con los salvajes, sin ferias ni Semana Santa, sin turistas ni niñatos, sin basura en las calles, ni patos abandonados.
Pero el edén no es eterno, y volvieron a aparecer los locos de las botellonas, disparando sus revólveres al aire, perturbando la paz del vecindario, dando por saco a la sacra. Pero todo mal encuentra su paladín, y entonces, apareció un civilizado Stewart, dispuesto, con el Facebook en la mano a poner orden, llegaría hasta donde fuera para evitar que el turismo vacacional, el desgobierno y el desenfreno siguieran perturbando la paz de quienes solo desean vivir en paz. La triste realidad era otra. Los turistas no desaparecían, seguían haciéndole la vida imposible al personal, y él seguía sufriendo las humillaciones y el desasosiego, angustiado por el lamentable estado de su idílico paraíso.
Llegó el Duque y puso orden, más por no aguantar al meapilas que porque en realidad le afectase la situación, aunque los palmeros del civilizado y consecuente ciudadano alabasen el final de la historia como una victoria del orden, la razón y la civilizada y puritana buena gestión.
La historia ni era nueva entonces ni era actual, como ahora, en donde los forasteros no son bienvenidos en ninguna ciudad de la católica y puritana España, pues ir de vacaciones, fumar, beber o disfrutar en público se ha convertido en pecado y casi delito. El derecho al descanso y la paz no es ya un derecho, es una obligación general y exigible, y que se deberá imponer, incluso por las armas, si fuere necesario. Al igual que el Stewart, ansiosos anda el personal de un Duque que ponga orden, anónimamente, y resuelva al conflicto, por supuesto, a tiros. Y así es el final de la historia, sobre todo en una ciudad como El Puerto de Santa María, que ha mutado del paraíso geriátrico a la nueva Sodoma del viejo mundo.
Pena de ciudad que ha dejado entrar a los Liberty Valance del desenfreno, convirtiéndose en un estercolero insalubre. Solo espero que ningún Duque, feo, fuerte y formal acabe por tomar partido para hacerle el trabajo sucio a los eternos meapilas, ahí si el Wayne levantara la cabeza seguro que se tomaba algo con el Valance, en lugar de pegarle un tiro.
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