Rafael Duarte
Ni huesos ni nombres
El sábado en La Razón se hablaba de una correspondencia que mantuvo Federico García Lorca con Bergamín al que le envió el poema Muerte, que en vez de copiar a mano, incluye a partir de un impreso, lo que ya había publicado en Revista de Occidente en enero de 1931. El poeta tachó el nombre de la anterior dedicatoria y quiso que esos versos fueran para Isidoro de Blas, único cambio que hizo en esa composición. Suprimió la dedicatoria inicial porque en un primer momento Muerte estaba destinada al médico Luis de la Serna. El poema, muy serio, debe ser recordado, en parte, por la muerte que le llegaría en el verano perdido de vida y huesos hasta hoy.
Y la rosa, ¡qué rebaño de luces y alaridos/ata en el vivo azúcar de su tronco!/Y el azúcar, /¡qué puñalitos sueña en su vigilia!/Y los puñales diminutos,/¡qué luna sin establos, qué desnudos, piel eterna y rubor, andan buscando!/Y yo, por los aleros,/¡qué serafín de llamas busco y soy! Pero el arco de yeso,/ ¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!,/sin esfuerzo. Sí se lee bien está valorando los golpes del alma, tan absurdos y letales, de sus caídas de ánimo, de lo que le cuesta la vida que siente hasta su muerte.
El martes pasado, casualidad o azar, D. José Manuel Bravo Vila, profesor, pintor y académico de número de San Romualdo, miembro de la Junta de Gobierno de esta institución impartió su conferencia sobre Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, conocido como Diego Velázquez, un pintor barroco español considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal, autor de óleos que se han constituido como obras artísticas de gran relevancia como Las Meninas, La Venus del espejo o La rendición de Breda.
De Velázquez no queda ni el rastro físico ni el alma, como no busquemos ése hálito en sus lienzos. Velázquez, el mayor pintor que vieron los siglos, fue enterrado en la cripta de la iglesia de San Juan Bautista, muy cercana al Palacio Real. En 1811 fue derribada por orden de José Bonaparte, alias "Pepe Botella", en su afán de tirarlo todo para abrir más plazas. Hace unos años y aprovechando las obras de un parking subterráneo, buscaron los restos del pintor sevillano en la Plaza de Ramales, el mismo sitio donde se encontraba la iglesia de San Juan. Durante meses se estuvo hablando sobre el tema mientras que los días iban pasando y los restos no aparecían. Velázquez que estaba enterrado junto a su mujer Juana Pacheco en 1606, nunca se encontró.
Con Cervantes tampoco se logró nada. En la sepultura donde hallaron restos de diecisiste personas, ni por el adn, que no hay con quien comparar y al no presentar ninguno de los restos algún tipo de lesión de las que sufriera en Lepanto, sigue perdido por la muerte, él que tiene más estatuas, placas y estudios sobre su vida y obra que nadie. También Quevedo, Calderón, Lope…
¿Contrasentido? España es cicatera, envidiosa y menerre. La muerte es una hebilla del cinturón del silencio/ la cicatriz del viento bajo un cable/ el ciego dolor muerto de las cosas sin alma… Y seguirá en sus trece, per saecula seculorum…
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