Náufrago en la isla
Lo importante es el tamaño
Náufrago en la isla
El Ayuntamiento de San Fernando se ha apuntado definitivamente a la corriente de hacer de la Navidad la fiesta más larga del año y planea inaugurar la iluminación extraordinaria a finales de noviembre, extendiendo su duración a los cuarenta días. Si el divino niño con el que empezó todo esto sólo necesitó la lejana luz natural de una estrella para nacer, nosotros, pobres mortales, tenemos que recurrir al parecer a millones de bombillas en todo el mundo para compensar nuestra pequeñez. Qué le vamos a hacer, no hay quien pare esta pelea de vatios y amperios a la que hemos reducido el supuesto mensaje de salvación lanzado hace dos mil años desde una cueva allí, en el Oriente Próximo en el que no han dejado de ocurrir cosas desde entonces.
Como la calidad está perdiendo definitivamente la pelea en su combate con la cantidad, también se nos anuncia que el árbol navideño que se colocará en la plaza del Rey tendrá dos metros más de altura que el año pasado, y alcanzará los 16, superando las cinco plantas del bloque de viviendas sociales en el que viví en mi adolescencia y juventud. Ande o no ande, la Navidad se nos hace cada vez más grande, como crecerá también, seguramente, todo el gasto que conlleva la celebración por el nacimiento del que una vez proclamó la pobreza como forma de llegar al cielo. Claro que quién se acordará de aquel y de sus afirmaciones, cada vez más extravagantes con el paso del tiempo, cuando le demos al interruptor de las luces, brillantes como cientos de estrellas de Oriente.
Hay que reconocer, eso sí, al Ayuntamiento, su tolerancia, puesto que a la hora de celebrar pone el mismo empeño en los festejos paganos que en los religiosos. Y así se entrega por igual a los demonios de Halloween, al purgatorio de Carnaval y al fervor e incienso de la Semana Santa. Tenemos para todo el mundo, puesto que el isleño guarda ya en su armario con el mismo esmero y a la vez los trajes de penitente, zombi, pierrot, gitana, salinera y pastorcilla, y lo mismo nos ponemos en la cabeza el capirote que el gorrito de Papá Noel o la peluca de indio americano.
En medio de tanta fanfarria será imposible distinguir en la multitud a aquel niño a punto de cumplir 2025 años de edad y a su corte errante de hombres y mujeres de buena voluntad.
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