Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Cuando fui bibliotecario en la Biblioteca Lobo, esa que existió, que tenía prestancia elegante, estanterías del Almirante, mesa de trabajo con patas exquisitamente torneadas, sillas cómodas extraídas del mobiliario del Hotel Salymar, entonces, cuando en el Ayuntamiento, en lugar de ordenadores, usábamos máquinas de escribir, el concejal de Cultura de otrora, Alfredo Díaz San Ignacio, me encargó la realización de tertulias literarias en las tardes de lujo y libros. En aquellos primeros grupos de incipientes creadores, recuerdo a Antonio Baizán, al Minglanilla chico, a mi querido José Carlos Fernández, a Brigi Bey, a Josefina Martínez, a José María Molina Seijo, a Manolo Martín… Una buena tarde apareció José Luis, un catalán prepuigdemónico, Cataluña era el summum, la cuna y techo de la cultura, y era el que sabía más. La gente, los demás, leíamos comentarios de texto, trabajos, cuentos, poemas…Él decía que con su ordenador no hacía falta calentarse los cascos para escribir. Como programador tenía diseñado un disquete que mezclaba las palabras, aleatoriamente, y ya tenía el poema.
Lo que leía, lo traía impreso, en papel de fumar para que nadie le dijese que aquello era infumable. Convocamos el premio Candray, que ganó Fina, y se hicieron recitales de poetas con sus poemas en el marco incomparable de la biblioteca Lobo, en la mole municipal que se alza en la Plaza del Rey.
Con el tiempo, el catalán se hartó, desapareció porque tenía trabajo. Y lo perdimos contertulianescamente.
Poco tiempo después, me presentaron a Don Salvador Lirondo de Laranga, sabio mustio y retorcido, quien definiera a la poesía como el único mundo separado del mundo que existe. También llegó el Pajarito, indigente que vendía versos escritos a mano. Hicimos homenajes a varios escritores. A alguno se le subió el cúmulo musculoso de la vanidad. Lirondo de Laranga decía que no era espiritista para no desacreditar a la muerte. O, parece que ese idiota de Ibsen es un genio. Eso después de haberlo despellejado leyendo sus notas del libro verde. Llamándole rifeño, zulú y marfuz, (él insultaba así). La vulgaridad, decía, es el habano de los mediocres y los correveidiles, gente que lo desacredita todo, gente monserguera y asténica de por sí. Yo soy el Dalí de la poesía española. Decía.
Don Salvador se arruinó, también, porque había patentado un casco refrigerado y silencioso, para con él, ponerse a pensar, y se dio cuenta, muy tarde, que en este país, no pensaba nadie. Fue cuando ocurrió lo del chaquetazo y el alcalde y tres concejales, se pasaron al PSOE, y accedieron al gobierno municipal, descabalgando al delegado de Cultura, Díaz San Ignacio, y a todos los demás. Las tertulias fueron anuladas. Nadie protestó. Es la Isla, por la cultura callan todos siempre. La Isla herzegovina, título genial de Sánchez Zambrano, en nuestro Diario de Cádiz.
A veces me parece que el caño de Sancti Petri, está lleno de barcos cargados de tontos que se dirigen hacia un lugar oscuro. Pero, no obstante, me quedo con la clarividencia del Pajarito. La jambre traje a la Isla/ hambre con aturdimiento/ yo sé que sólo se quita/ mandando en Ayuntamientos…
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