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Balas de plata
Montiel de Arnáiz
Kancela Sofía Gascón
Balas de plata
Cuando menos lo esperas aparece nuevamente la Santa Inquisición en este mundo de Torquemadas sin fronteras. Da igual a qué ámbito pertenezca el brujo de Salem, una hoguera bien pertrechada de maderas y zarcillos le espera para ofrecerle todo el amor de su lumbre. La última víctima de eso que algunos han venido en llamar la política de la cancelación ha sido la actriz Karla Sofía Gascón, natural de Alcobendas, nominada al Oscar a la mejor actriz principal por su interpretación de un capo del narcotráfico mexicano que cambia de género.
Resulta que la periodista islamófila Sarah Hagi sacó a la luz los tuits escritos en el pasado (2019-2024) por Gascón y descubrió una gran cantidad de mensajes islamófobos por parte de la actriz. Tabernarios, podríamos decir; plagados de ira, en realidad. Pero ese grosor argumental -es actriz, no literata- ha provocado que el director y los productores de "Emilia Pérez" renieguen de ella y que Netflix haya eliminado cualquier pista que condujera a la española antes de la gala de los Oscar.
Todo esto ha provocado que los mismos políticos que una semana antes la utilizaban como ejemplo y adalid de los derechos de los transexuales, hoy la critican abiertamente y la ponen a parir como si los que usaran "X" fueran ellos mismos y no la Gascón. Una muestra más de que algunos se posicionan siempre al albur del sol que más calienta, y que cambian de opinión a una velocidad alarmante, en función del tema que se critique.
No hace mucho que salieron a la luz las graves denuncias recibidas por el genio de la literatura fantástica, Neil Gaiman, autor de obras como "Coraline", "The Sandman" o "Stardust". Poco tardé en descubrír a quién planteaba desde ya dejar de leer al británico o incluso arrojar sus obras a la basura. Hacer eso, al margen de denotar cierto grado de estulticia severa, implicaría incurrir en un bienquedismo inaceptable.
Mucha hipocresía, poca diversión. A Netflix se la trae al pairo lo que opine Karla Sofía sobre el mundo islámico, Spielberg o Trump; lo que le preocupa es cómo pueda afectar su posicionamiento público al éxito de su película y al número de visionados que tenga en los países, islámicos o no, en los que exista la plataforma. Si la industria del cine se cargó a Will Smith por un tortazo, a Kevin Spacey por una acusación de abusos, y a Gina Carano por tuits políticos, qué no hará con una actriz trans de Alcobendas.
Si necesitamos que el artista que admiramos tenga una biografía inmaculada para disfrutar de su obra es que como sociedad estamos destrozando el sentido común más allá de lo advertido. No podremos ya leer a borrachos como Stephen King o Hemingway, ni escucharemos la música del porreta Bob Marley, de la ninfómana y drogadicta Janis Joplin, o del mujeriego Jimi Hendrix. Y qué decir de Kurt Cobain o de Jim Morrison. Hurgaremos en los secretos ocultos de nuestros ídolos y si votaban diferente a nosotros, o discrepaban de lo que se supone que es lo correcto, renegaremos de nuestros libros favoritos, de las canciones que nos han acompañado toda la vida y de actuaciones fantásticas de los mejores actores y actrices, sean de Nueva York o de Alcobendas.
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