Enrique Montiel
Esa música
El poniente, colaborador del otoño, riza el caño para que sienta el mar al hacerle las olas, entorchado de nubes con cielos almirantes de cúmulos altivos, de nubes que derribadas a poniente, compondrán sus colores, como los vientos que la azotan, para los poetas que la cantan.
Paseo por la güertafuera, adusta del otoño, oscura, mojada, con la ventanía, zurrando en cables y ventanas, los esteros abandonados consiguen que entre más agua a la costa, que haya más inundaciones. Pero el cielo entre lácteo y salino, me apena cuando sopla en los derrumbaderos de los saladares abandonados donde se acostaba el agua para parir la sal.
Suena a jarcias asonantes, con un olor difuso, huele el petricor, ése olor de la lluvia recién levantada, y a alma.
El otoño es la sábana de luz que amortaja la ojera del verano. Todavía el calor se resiste a abandonar el cuerpo, el alma, como si el verano pidiese, como un amor, que lo adorases en la distancia.
Entonces, un ave empina el canto, hace rizos guturales, vuelo de semitonos.
Estoy en Sancti Petri. Sancti Petri que eleva en su arena, unos cañaverales empenachados que danzan con el aire. Sancti Petri posee el verde mate de la salicornia, el verde vivo de la sarcocornia, los trenos y los trinos de tantas aves, también insectívoras, que colman la marisma. Alondras con el penacho, a ras de tierra, la paleta de colores del jilguero, la carbonilla del carricero, el mosquitero silbador, como el té verde de las ramas.
Pero no se corta la paz. El otoño tiene esos colores, tan rabiosamente suyos, que es prácticamente implagiable. Qué más quisieran algunos.
Pero no vengo a quejarme. El fuego del atardecer es un violeta opaco en la distancia, mientras la arena y el plantío se hacen noche. Que las sombras lo primero que colonizan son las dunas y retamas. Que la noche crece desde el suelo mientras el anochecer se pinta los labios, todavía.
Me apena que el hombre sea el que destroza el planeta, que no admita una culpa tan clara. Pero también gozo con el espectáculo de la vida, el canto de los pájaros, las ojivas moradas de las nubes, esa vida votiva que emerge en su grandeza a pesar de nosotros.
Aquí, la noche suma alma y el hombre pierde cuerpo. Chaucer pidió como sueño imposible llegar a ser el humilde cantor de la tarde. Yo sólo vivirla. El alma es la estación donde el espíritu alcanza en estos ecos su grandeza. Leo poemas de Conciencia Inversa. El libro de Ninfa en la agreste soledad del caño. Que es una hipótesis particular. Así consigo hacer de mí la fuerte irrealidad en mi persona.
También te puede interesar
Enrique Montiel
Esa música
Salud sin fronteras
La IA y la humanización
Visto y Oído
Voces
Visto y Oído
Sonia
Lo último