Manuel Amaya Zulueta

El lenguaraz Vinicius

Más allá de lo amarillo

13 de septiembre 2024 - 03:04

Yanos parecía a todos que llevaba algún tiempecito sin salir a la palestra lingüística, ya. Algunos optimistas pensábamos que el Madrid lo había puesto en su sitio. Sitio que no es otro que jugar muy bien al fútbol y meter goles para quien le paga; pero no. El insolente Vinicius ha vuelto al roll que nos tenía acostumbrado, o sea, el de soltar la lengua sin pensar en las consecuencias de su penoso papel, que parece ser el de insultar a España y a los españoles. Ahora, de nuevo, tildando de racista a todo el pueblo español. Hay que ver lo que hay que aguantar. Un iletrado que nos viene de Brasil, qué Dios sabe qué habrá estudiado, y que sin el menor reparo nos larga a todos, a todos, sin reparar en el disparo, que somos una pandilla de racistas despreciables. Hombre, alguno hay, sin duda. Igual que en el Reino Unido, en Polonia, en la Italia melonera, en Austria, en la banlieu parisina… Y me quedo cortísimo. Pero tildar a todo un país entero, que curiosamente es el mío, tan alegremente, es, no sólo de majadero, de sandio, sino también de agresor, parece que impune, a unos valores que no coinciden con los generales o nacionales.

La cosa no se queda ahí, queridos lectores, sino que hace el descabezado epilogismo: Si son todos unos racistas, lo mejor, no sé para quién, es no permitir que en España pueda jugarse el mundial de 2030. Toma candela. Para Marruecos, que no son nada racistas. Antes se estimaba un sociólogo pedestre, ahora de poderoso ministro de deportes por lo menos. Es que no encuentro palabras para este bobito, Señor.

Si la gente se mete con Vinicius en todos los estadios o en casi todos es porque insolenta a las masas encarándose con ellas, modita que iniciare Cristiano. Quien va al espectáculo que más gente mueve, conoce cómo de exaltado se pone la enorme mayoría y cómo se comporta. Como un lata llena hasta los bordes de gasolina. Y si este gachó mete un gol y enseguida se vuelve descaradamente a las masas expresándole nada agradable, pues ya está formada una carajera imposible de contener, inaccesible de apagar. ¿Cómo frena nadie a miles y miles de muchedumbres calentitas a cuyo equipo acaban de meterle un gol? Provoca el incendio y la gente, ya disparada, le dice de todo, como no hacen con los Williams “vascos”, Lamine, Rüdiger, o los muchos morenos que tiene su mismo club. Nadie se mete con ningún jugador de origen africano en España. Quizá alguna minoría feroz arremete con ellos tras un gol o lo que evalúan como una injusta falta; pero eso lo mismo lo hace con un blanco que igualmente haya goleado su portería: Valverde, Lewi, Alcaraz o Messi o Zidane, Puskas, Gento o Kubala en sus tiempos maravillosos. Si, para colmar la paciencia, provoca al mismo y extraño Bernabéu cuando acabó el primer tiempo del pésimo Valladolid-Madrid, lo mismo se enfada el Lenguaraz. La gente paga su abono para silbar o aplaudir si le parece y nadie puede ni debe atentar contra un derecho futbolístico de toda la vida, así que aprende la lección Vinicius. A jugar y a olvidarse del público que directamente te paga. Y muy bien.

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