Tímida reacción popular a los desmanes de Trump
Ni la lluvia los detiene
No hay manera. Ni la lluvia puede con ellos. Es más, el domingo, cuando escampó, salieron de debajo de las piedras, reproducidos como las criaturas esas de una película que vi cuando mocita, ‘grenlins’ o algo así se llamaba. Por más alertas amarillas que emita la Aemet, los bárbaros salen a la calle a disfrutar aunque sea diez minutos apoyados en una infesta barra metálica para comer tortilla congelada y filetes de suela de zapato. Así son de cutres. Y si hablamos de los comparsistas y demás artistillas de patinillo, peor todavía. Son capaces de cantar dentro de una casapuerta o bajo un aguacero con tal de no quedarse en casa para bregar con los niños. Después, en el Falla, se desgañitan cantando a favor de la igualdad. ¿Y los hosteleros? Me hacen gracia sus lamentos. Que si la lluvia les perjudica, que si es una semana ideal para incrementar las ventas, que si ha venido menos gente por culpa de Bruno, que ha dicho varias veces que para hacer un botellón no venga nadie (gracias, alcalde)... Lloreca, como dice el tal Fernando Santiago, el impío. Y yo soñando con chaparrones y tormentas, pero esos vientos alejan a las nubes, maldita sea. Y yo soñando con un diluvio que arrase la mierda de las calles y traiga a otro Noé con un arca, en la que podamos meternos la gente de bien y perpetuar en el futuro la especie de gaditanos que de verdad quieren a su ciudad desde el recogimiento, la mesura y el rezo. Pero los sueños, sueños son. Y de tanto soñar me he levantado este lunes más tarde de lo habitual para ir a misa. La escucharé en Radio María.
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