Enrique Montiel
Esa música
El mar con sus gorgonas gigantescas, cabelleras de esquirlas y vacíos, hunde su densidad bajo sus olas, entierra playas, barcos y deseos. Ciego bosque de agua. Muere en sus nieblas. Hipocampos estigios cruzan tanta marea. Viejos pecios afloran para sentir el viento, viejo telar de gotas imposibles, la ola paredón que precipita sobre sí. Los vientos con esa cabellera de furia y rugido, el temporal con el istrán sin la amura, sin nada, buscando cuerpos que matar.
El terror con su oleaje interno ha visto rendiciones de náufragos desde que el mundo es agua, donde todo diluvio emplea ecuaciones de muertes. Leo Moby Dick, que aguanta inmortal como la vieja mar que todo lo revuelve. El mar muerde con uñas apretadas y le sangran las manos en la costa. No sé si soñé o lo percibí extra corporalmente. A lo mejor el alma es algo más que nuestro pequeño y ambicioso pecho. El blanco espectro de la espuma se alzaba ingente, ciego, alto sobre simas efímeras y sordas.
El ansia heráldica del mar mordía la costa, como si no existiera. Y, con la forma de soñar, imaginé el horror en el Pequod con sus destilerías encendidas.
A cada cabezazo del barco, sentía el aceite hirviente de la espuma, el hielo vivo de la mar cuando la sombra es hacha en su soberbia. Socavón insaciable, lengua inmensa de agua…. La mar es un planeta dentro de otro planeta. Me imagino la gente que se ahoga, la gente que luchó contra ese viejo mar de canas y ladridos que entierra su verdad. Todos somos una gota de nada ante la nada de la muerte. ¿Para qué atesoramos poemas en medio de la tromba? Porque la metáfora nos redime de nosotros mismos.
Entonces sueño con Marea Escorada de Luis Berenguer, novela no superada por nadie todavía, en ese intento de fusionar la poesía con la prosa. En Marea Escorada, ese ritmo versal: "agua bajo los palmejares, a lo lejos humea la fábrica de Paquiqui, cociendo caballa, la curva del caño hasta el Puente Zuazo, puente viejo. Como al caño lo hizo Dios".
Y es que Berenguer lo investigaba todo. Tenía sed de ser. Comía las palabras como venían del pueblo, dentro de cada status o profesión, luego leía y estudiaba, no como tantos y tantas. La laja del Corral, las anegadas, la arihuela, el rietiete, la piedra de los marrajos, la del muerto… Marcas sólo conocidas por los profesionales de la pesca, y palabras de sus vocabularios, lubricán, istrán, truel, palmejares, reverión, enjudia, aplacerar…Busquen en el diccionario y comprueben cuantas no vienen…Y esa literatura barroca y bien estructurada tenía lectores y premios importantes de verdad, no como ahora. Palabras perdidas en la tormenta de los tiempos. El torbellino ciego del silencio profundo donde entierran las olas su furor. Juan del Encina, escribía: Ay, triste que vengo/ benda ti istrán plegrín/ Bivirá tanto mi vida/
El mar con sus gorgonas gigantescas es la metáfora del universo. Del silencio, del miedo, del tiempo que no es. De todos-
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