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El Alambique
Jesús Andrades
Cositas de El Puerto
Ala velocidad desbocada que van los acontecimientos en estos tiempos, escribir una crónica semanal es arriesgado porque envejece en un par de días. Y a veces las crónicas diarias lo hacen en horas. Cada vez que habla Trump se cae algo de lo que parecía inamovible; o se descubre un nuevo delirio, como el de organizar “conferencias de paz” sin participación de Ucrania, el país invadido, o sin los palestinos para superar el conflicto de Oriente Próximo.
La complicidad estratégica de Donald Trump y Vladimir Putin en el concepto del uso de la fuerza sobre el imperio de la ley, está causando grandes estragos a un mundo que estaba relativamente ordenado, aunque demasiado desigual y por tanto inestable. Y encima se acompañan los planes de los autócratas con una férrea ley del máximo beneficio económico, como el proyecto trumpista de convertir la Franja de Gaza en una Riviera turística explotada por norteamericanos y vigilada por Israel; o con quedarse los territorios ucranianos con yacimientos de “tierras raras”, imprescindibles para la nueva generación de semiconductores.
El mundo está boquiabierto y atemorizado. Los países con ultraderecha en el poder toman posiciones inmediatas, como la Argentina de Milei con Trump, o la Hungría de Viktor Orban con Putin. Giorgia Meloni navega con prudencia; Macron, el último centrista, se sube al alambre tratando de plantar cara. Pedro Sánchez, se alinea con la Unión Europea pero denunciando a la “tecnocasta”, la nueva élite que dirige el mundo desde la Casa Blanca; y todos a la espera de lo que suceda en las elecciones alemanas el 23-F. “Ojo con lo que se vota, o los alemanes amaneceremos el lunes en un país distinto”, advierte en cada mitin el todavía canciller Olaf Scholz.
La Unión Europea, por fin, corre ahora con proyectos tecnológicos de urgencia después de décadas de sesteo con los proyectos embarrancados en la burocracia de Bruselas. Ursula von del Leyen estará en Barbados esta semana firmando acuerdos con empresas tecnológicas europeas, entre ellas Hispasat, representada en el evento por el astronauta y ex ministro Pedro Duque. Un golpe de efecto que no puede quedar solo en eso. O se hace en dos años lo que se dejó de hacer en veinte, o habrá que aceptar que Europa, y América Latina va en el paquete, sea un simple aliado secundario de Estados Unidos, o de China. Y en cuánto a la inversión en Defensa, que ahora Bruselas impulsa, habrá que “estar a la altura exigida o empezar a estudiar ruso”, como dijo de forma intencionadamente provocadora el secretario general de la OTAN, Mark Rutte.
Cualquier malestar lo capitaliza ahora la extrema derecha. Hubo un tiempo en que la cosecha de la desesperanza la recogía el movimiento anti globalización o la extrema izquierda en cualquier versión, léase Podemos en España. Pero ahora hay un intento de debilitar la democracia por la vía electoral aprovechando que los populismos crecen como la espuma sin hacer apenas nada. Critica Núñez Feijóo en España que el líder ultra Santiago Abascal hace “oposición de tumbona”. Pero sube a costa del Partido Popular por el viento de cola del huracán Trump. Y entre tanto la coalición gobernante PSOE-Sumar se enzarza en peleas de gallos y gallinas en el corral político dando un espectáculo penoso, generando malestar popular con sus decisiones y sin importarle una máxima que se comprueba ahora elección a elección: todo malestar ciudadano lo capitaliza la ultraderecha. Se ruega un poquito más de responsabilidad.
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