Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
La vida arrastra cuando sube la marea en direcciones insospechadas, y hace ya unos meses que no acudo a uno de mis lugares favoritos en el mundo: Mango Habana. Dicen que no es conveniente mostrar mucho lo que a una le hace feliz, ya se sabe de la jungla en la que vivimos, pero es de justicia, mientras preparo algo más amplio sobre Eliecer, el alma de este lugar, expresar lo que esta primera planta de una nave de polígono industrial en Puerto Real significa para muchos de los que nos hemos acercado y atrevido a subir sus escaleras para dejar fuera el miedo, la tristeza, la inseguridad y abrazar la alegría.
Sí. La alegría. Porque es lo que se respira en la academia de SBK de un hombre joven, emprendedor y valiente, un cubano muy de aquí, que ha tenido la habilidad de aunar el aprendizaje de los bailes latinos y la actividad física, con el alimento emocional más propio de una pandilla de amigos, una familia cuyos miembros se apoyan entre sí para enderezar los pasos o corregir figuras en la salsa o la bachata, claro, pero también para celebrar la vida cada viernes, cada cumpleaños, donde todos los mangohabaneros son importantes y fundamentales.
Angie acoge cuando saluda con su sonrisa y su actividad frenética en la barra. Esther, compañera de vida y corazón del profesor, vela por todos. Jose Mari, Diego (los tres), Juanlu, Mario, Dori, Maribel, Miguel, Isa, Mar, Verónica, Cory, Virginia, Mario, Vanessa, Poly, Chari, Morelia, Mónica, Raúl, Soraya, Manuel, Antonio (todos), María Jesús, Mónica, Ani, Eva, Cristina, Pedro, Chicharrón, Loli, y muchos más que se me escapan y tendrán su lugar. Hace un año llegaba servidora titubeante y asustada a una escuela de danza, temiendo el contacto físico, los prejuicios, la torpeza (en otro artículo hablé de todo esto). Y a pesar de las lunas llenas y en Escorpio, los días raros en que no se da pie con bola, la profesionalidad de Eliecer Pérez, alma vieja y bondadosa aunque no creo que sea consciente de ello, logra rescatar momentos constructivos para llevarse a casa y desear volver. No sólo es bailar. No sólo es socializar. A muchas personas, airear los huesos y sacar a pasear los días al amparo de la música, nos ha salvado la vida.
Y es así, aunque parezca loco y exagerado. Estoy deseando retomar la rutina, volver a las clases iniciales (porque ya se sabe que el óxido no perdona, y los compañeros exigentes tampoco), regresar a las risas y a sudar de lo lindo sin pensar en nada más que en esa sana euforia que es lo más parecido a la felicidad que he sentido en muchos años. Reconstruirse bailando es posible. Y mi intención no es publicitar este sitio, sino agradecer profundamente este año en que he recordado el valor de la amistad, lejos de la sordidez y todo lo tóxico. Allí no cabe, ya que hay derecho de admisión y filtro de empatía. Y sí, por supuesto, larga vida a Mango Habana.
También te puede interesar
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Más allá de lo amarillo
Gloriosos
El parqué
Caídas ligeras
Lo último