El Alambique
Belén Domínguez
El río que nos lleva
Náufrago en la isla
¿Pueden ser considerados marinos ilustres aquellos que se sublevaron contra un gobierno legítimo salido de las urnas y provocaron una terrible guerra fratricida que duró tres años y costó cientos de miles de muertos? ¿Merecen honores públicos por parte de un Estado que ahora, casi noventa años después, defiende todo lo contrario que los golpistas? Esas son las preguntas que plantea la actitud de dos colectivos memorialistas que reclaman la retirada de las sepulturas del Panteón isleño pertenecientes a los almirantes Juan Cervera Valderrama, Francisco Moreno Fernández y Salvador Moreno Fernández, participantes en aquella asonada del 36 que privó a los españoles de democracia durante cerca de cuarenta años.
La respuesta está clara para mí: los partidarios y defensores de la dictadura no tienen cabida en los homenajes públicos. Sin entrar en las motivaciones personales ni en las circunstancias históricas que a cada uno le tocó vivir, la consideración pública de ‘ilustre’ debe ser bastante más exigente, sobre todo si esa consideración debe ser permanente. Es evidente que la inclusión de los citados en esa lista de honores fue producto de la victoria en una guerra civil y del afán de un bando por aparecer como superior al otro. Pasados los años, todos hemos constatado que en todo caso sería al revés.
La Historia de España, y la propia de San Fernando, está llena de verdaderos marinos ilustres, héroes en batallas ganadas o perdidas, representantes del valor mejor entendido, militares capaces de dar su vida por un concepto ya perdido de honor o por el bienestar de sus compañeros , exploradores de mundos desconocidos para nosotros, sabios que nos ayudaban a comprender y asimilar esos nuevos universos materiales y espirituales, soldados que comprendían que su misión no era imponer su visión del mundo sino la defensa de una convivencia común, fuera la que fuera en ese momento.
Pero también abundan los ejemplos de espadones y protagonistas de episodios con nefastas consecuencias nacionales, gente que no supo usar bien el inmenso poder que otorga la posesión de armas. Una sociedad sana y bien avenida debe tener claro a qué grupo de estos profesionales debe honrar, y es el que se sitúa por encima de las legítimas diferencias en la forma de imaginar y planear el futuro de un país. No es tan difícil.
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