El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Un mazazo más. Ayer, de sopetón, me entero de que un buen amigo, Rafael Gómez Ojeda, fallecía el miércoles en su domicilio, mientras dormía. Y aún no me lo creo.
Hace poco más de un mes acudió a la invitación que le hice para que nos acompañara en la exposición colectiva de pintura 'Estudio Lizaso' en la librería Zorba, en la que colgaba uno de mis lienzos.
Con esa charla amena deleitó a los asistentes y a los autores de las obras expuestas. Antes de despedirse quedamos en vernos. Y hace unos días fijamos fecha -después de la feria-, para charlar, opinar y hacer un repaso sobre el devenir de El Puerto. Y por si fuese poco, para intercambiarnos nuestros libros: El reloj de la Esperanza. Memorias y reflexiones, el suyo; El Orden de los Tiempos, el mío. No pudo ser.
Para los que tenemos como pasión la escritura, qué difícil es plasmar en un folio la muerte de un amigo ejemplar, una buena persona, un magnífico ciudadano.
Al rebufo de su recuerdo, repaso con detalle aquellos cuatro años que fuimos concejales en la Corporación Municipal (1987-1991). Me venían a la memoria multitud de anécdotas e intensas jornadas de trabajo en beneficio de aquellos que nos habían votado.
La diferencia de edad nunca fue obstáculo para que, poco a poco nuestra amistad fuese tomando consistencia. Viajes oficiales a Marsella, Paris, Madrid, Málaga, Sevilla jalonaban horas de charlas y convivencia. El cabalgar, el viajar y el mudar de lugar recrean el ánimo, sostenía el filósofo Lucio Anneo Séneca.
De ideologías diferentes, nos unía nuestro amor por El Puerto. Así hasta que el miércoles nos dejara. El aprendizaje de aquellos años, la manera de hacer política y su modestia fortaleció nuestra relación. Cada vez que nos veíamos, los abrazos y la alegría no faltaba. Siempre, me trasmitía su bondad. Ya en aquellos años difíciles en el Ayuntamiento, como en cometidos más reconfortantes. Sobre todo aquellos en los que arropábamos a nuestros familiares en la residencia para personas con Alzheimer 'Guadalete' de AFANAS.
Rafael es, sin duda, un ejemplo de honestidad y buen hacer. Siempre defendió -en público y en privado- el respeto y la tolerancia. Y así discurrió su vida -con la coherencia por bandera-, cuando paseaba por El Puerto con su libro, El reloj de la esperanza. Memoria y reflexiones.
Balbuceaba el filósofo que la memoria está siempre a las órdenes del corazón. Tras ese sello de esperanza en un mundo mejor, el corazón de Rafael -a pesar de que dejo de funcionar-, sigue dando vueltas. Un día tuve la suerte de cruzarme en su camino y aquí permanezco. Por lo que me enseñaste y por lo que compartimos, gracias de corazón.
Aunque el reloj se detuvo en seco, Rafael, en mi memoria sigues vivo. Descansa en paz, como viviste. Un fuerte abrazo amigo.
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