Una mina de oro

Calle Real

09 de febrero 2025 - 06:01

El jueves Guillermo me llevó a Los Polvorines. Le extrañó que no los conociera. En sentido estricto los conocía muy bien, formaban parte del paisaje prohibido de la Isla. Había otros muchos, Camposoto entre ellos. Que la ciudad hubiera sido destinada a Defensa tenía estas partidas. La historia, una vez más, estaba escrita en las piedras. Aparcó su coche en Fadricas II justo al lado de una veredita que bajaba a los casi medio millón de metros cuadrados que habían sido vedados a los visitantes desde el siglo XVIII. Sentí mucha emoción y gratitud a mi hijo, que iba delante hablándome de los pájaros que vivían libres entre los lentiscos y algunos árboles, además de todas las construcciones en ruinas, y los polvorines propiamente dichos. Los históricos primitivos que se construyeron con el proyecto de Jorge Próspero Verboom, dirigido por Ignacio de Salas Garrigo, ingeniero militar y jefe de las fortificaciones de Cádiz y Andalucía y los posteriormente construidos -la obra se entregó el 2 de enero de 1731. La vereda serpenteaba y Guillermo me decía que tuviera paciencia que vería lugares que no imaginaba. Pero no sólo los imaginaba, los había visto en fotos y desde el suroeste de la ciudad en vivo. Se refería, lo sabía, a la esencia de Punta Cantera, la Cala del Manchón de los Arcos, que los romanos había utilizado para el atraque de sus embarcaciones. Ver las viejas rocas ostioneras en estos restos me provocaron una gran emoción, mucho más con una bahía hacia a pleamar, el azul metálico del agua y un sol frío en esa mañana inolvidable. Elegimos seguir el recorrido perimetral del viejo recinto militar mejor que volver sobre nuestros pasos. Fue una buena decisión, se elevó el terreno sobre la orilla, en trechos con altura considerable, y pudimos disfrutar de un paisaje de playas presumibles de singular belleza. Guillermo se quejaba con algunas comparaciones. No dudada que de ser de Chiclana, o de Cádiz, este terreno excepcional estaría convenientemente urbanizado y produciendo riqueza y y trabajo. Le dije: desde luego esto es una mina de oro. E imaginé los sentimientos de Patricia Cavada sobre el particular. Pero han pasado los años y Defensa, propietaria de los terrenos, los vendió a San Fernando, como era lo justo. Digo que incorporar casi medio millón de metros cuadrados de un lugar privilegiado por la geografía a una ciudad que ha dado lo mejor de su territorio a la Defensa de España durante siglos, cuando lo ha necesitado, fue el destino inevitable. Es como tener un fondo en un banco, para cuando sea, o un solar -de hecho, lo es- para cuando sea el momento del beneficio máximo. Se trata de medio millón de metros cuadrados, un lugar bellísimo y desconocido. Ahora viene, debe venir, la conversión de esa maravilla de lugar en el atractivo máximo de San Fernando. Una labor de grandes políticos Seguro que Cavada quisiera entrar en esa orla.

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