Enrique Montiel
Esa música
Dicen los chavales que Saiko, Bad Bunny y Omar Montes son la caña, el ejemplo a seguir, el objetivo a alcanzar. Gente joven, cantantes con dinero a espuertas, coches de alta gama, mujeres, y que, además, dicen lo que quieren y como quieren. Vamos, como Milei, pero no siendo joven. Reconozco que lo intento, escucho las canciones que mi hijo me manda, intentando que me gusten o buscando mi aprobación, pero en la mayoría de las ocasiones le contesto que no me agrada nada o poco lo que escucho. Y no son prejuicios. Los nacidos en los setenta hemos escuchado a los grandes del rock, los medianos del pop y los pequeños del rap. A veces, entremezclados. Veo estos chavales chamuscando letras dignas de un niño de primaria con caros ritmos de sintetizador, elevados al hit parade, y recuerdo a mi padre diciéndome que bajara el volumen de mi música: "es ruido, baja ese ruido". Mi música era, por ejemplo, el Child in time de Deep Purple.
Pero hay grandes diferencias entre gente como Tote King, Doble Uve, la Mala Rodríguez u otros raperos de su generación, y estos tipos que cantan imitando a un portorriqueño con un huevo cocido metido en la boca. Un rapero, por definición, busca rimas que exploten en tu cerebro, se curra las letras, busca dobles sentidos, acidez, crítica social y, remedando el clásico Góngora vs Quevedo, se enfrenta con sus rivales en peleas de gallos. O de gallinas. Francamente, escuchando un trapero-reguetonero del 24, los has oído a todos: tengo mucha pasta, no era nadie y ahora tenéis que comeros vuestras palabras, mi coche corre rápido, tengo tías hasta decir basta, etcétera. Por no hablar de las letras machistas, sexistas y leninistas, del tipo tu culo vale un millón de euros y cosas así.
Sirve de poco ofrecer a los chavales charlas concienciadoras frente a la violencia de género si luego escuchan sin cesar todas estas letras subiditas de tono, agresivas y sexuales. Y no soy yo quién precisamente para criticar a los que provocan, porque soy el primero de la lista, pero siempre he procurado hacerlo con elegancia, doble sentido y erudición.
No como Óscar Puente.
El ex alcalde de Valladolid, elevado a la dirección de un ministerio por Su Sanchidad, ha asumido desde el minuto uno un rol "destroyer", contestatario, faltón y señalador. Si le criticas, te bloquea en Equis. Eso es lo que hay. Siempre conviene tener un tipo así en el consejo de ministros, que congregue la atención cuando hay problemas, que diga una barbaridad en tiempo de marejadas, que señale al tonto la luna con el dedo, en definitiva.
El problema se produce cuando sus notables descalificaciones superan el ámbito de lo nacional y se dirigen contra un jefe del Estado o un presidente de un gobierno extranjero. Estas chulerías tienen un precio, todos lo sabemos. Un ataque frontal contra el líder argentino es un ataque frontal contra Argentina. Y la contestación de Milei ha sido tremenda, todo un puñetazo en el rostro gubernamental. Un desastre diplomático. Que es lo que ocurre cuando el que rapea se cree Eminem y no llega a ministro reguetonero cutre de tres al cuarto.
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