Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El engaño de la mediación
Más allá de lo amarillo
Nuevamisa laica al dios del fútbol en las ciudades europeas. La maravilla sin fin de París, la encantadora Lisboa de Amalia y fado, Madrid, adorada desde que mi padre me llevó al hotel de la calle Arenal a pasar diez días. “A ver caras nuevas”, decía el Inolvidable cuando por la calle Ancha le preguntaban que qué iba a hacer en la capital del Reino. Quizá tendría 11 años, y quedé pasmado de un tren que, por poco dinero, te llevaba por las tenebrosas entrañas de la metrópoli. Acostumbrado a las estrechas calles de mi Cai, aquellas avenidas anchísimas y largas me sorprendieron celadamente; aunque lo que más rayó la sensibilidad del niño que daría en poeta fueron los abetos de Madrid. No existían en el Parque Genovés, al que yo, con intenso fervor infantilmente gadita consideraba el summum de los jardines.
En la ceremonia del nuevo Bernabéu lo esperado, goleada. Salzburgo ya tuvo bastante con haber parido al “puto amo” para encima querer ganarle al Madrí, explica mi amigo Enrique mientras oye Eine Kleine Nachtmusik. Entrambos equipos hay la distancia que resta entre Mozart y un aprendiz de bandurria. Auguré a mi Pati 4-0. Y así fue: 5-1. Lo mismo. Los dos brasilatas rompieron redes con golazos. No dio más de sí la muy desigual pugna. Otro día en la oficina. ¿El nuevo embarazo blanco? Aparcar en el club Ocho.
En la ciudad de Belém sí que hubo de todo. Una locura de partido. Quizá el partido más extravagante que haya presenciado ojo humano. Un partido perro. Apenas se pita, falla el orzai (off side) de los de san Flick. Abro paréntesis: Cuando iba al Mirandilla (el de verdad) oían mis oídos infantiles: orzai, fau o fau, refre, cuna…Gaditanismos geniales para resolver la endiablada fonética de los hijos de la pérfida Albión, Matías Prats,1950, Brasil. Empata el Barça de penalti. En seguida, el 2-1. Más tarde, los Reyes Magos: 3-1. Derrota lisboeta, pensamos. Segundo tiempo: otro penal: 3-1. Lewa again. Nacen ilusiones mediterráneas. Ilusiones muertas: 4-2. Faltan 20 minutos para la consumación de un partido horrendo de los granazules. Aparece de súbito el Asura del balompié: Vuelve la diferencia cortita con cabezazo de Calamidad-Erik: 4-3. 4/4 y fin del partido. El Barcelona tira patrá. Hay que defender el puntazo. El público pide “el alargue”, palabro feo. Un minuto más de prolongación. La gente loca por el quinto, lo quiere, lo ve, flamean, todos arriba. Lamoto toma un cóctel retiradamente, a 60 metros del guardavallas. No espera ningún balón, no espera nada. Lamoto, de improviso, recibe una bola y pone la Guzzi-Hispania a cien. Dos portuguesiños lo escoltan. Lamoto los gambetea al entrar en el área del miedo y, como el pelotón le viene pintiparado para la zurda, tira al palo zurdo. El portero se ha tirado para su derecha. La muerte surte inevitable. Nadie cree que los condales hayan ganado este deplorable y maravilloso partido; pero es la mejor ofrenda al poderoso dios del fútbol, quien ama apasionadamente estos sacrificios incruentos, las muchas variaciones en el marcador, el inesperado vencedor. La laica ceremonia concluye. El dios de la esfera diabólica sonríe poderoso sobre un cielo de Amalia y fado.
La tercera ofrenda a la deidad tuvo lugar en el Calderón. Proeza. El dios vuelve a sonreír gozoso. Otro sacrificio para su latría: acaba el primer tiempo: 0-1, ganan los aspirinos y el Aleti tiene uno menos. Parece cantada la derrota hispana. Pero de nuevo campea victorioso el caprichoso dios del furbo, que contempla como su Araña perfora dos telas enemigas. Ite missa est.
También te puede interesar
Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El engaño de la mediación
Náufrago en la isla
Manuel Muñoz Fossati
El coste del milagro
Tribuna libre
Como ‘agua de vida’
El manco es el mejor
Lo último