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Ambos son gaditanos, aunque se llevan décadas de edad. Ambos son escritores, aunque se llevan decenas de libros de distancia. Se llaman Rafael Marín y José Moreno. No sé si se conocen entre sí, aunque yo los aprecio mucho y espero que lo hagan. Han publicado recientemente dos obras totalmente divergentes, y están en proceso de presentarlas, de ver sus reseñas, de disfrutar. Rafael están maestro de todos, caminante de todos los géneros. José ha iniciado su carrera literaria con dos magníficos libros de relatos. No aspiro a emular a Plutarco ni escribir Vidas paralelas, sólo observo las casualidades.
Rafael ha vuelto a las aguas conocidas que no son otras que las de Torre, uno de sus personajes más inolvidables: el boxeador metido a detective que perdió la memoria por un mal golpe en el ring. Escrito en gaditano, como las anteriores, la última novela de la saga se titula Los muertos de Madrid, que es tanto una imprecación como un destripe apresurado. La trama es interesante, dividida en dos épocas distintas. En la primera, años ochenta, Torre tiene que llevar y escoltar a la capital de España a un delantero latinoamericano del Cádiz C.F., prolijo en novias y cubatas. El motivo es crucial: el futbolista tiene que aparecer en el Santiago Bernabéu para disputar el último partido de liga, en el que el Real Madrid se juega el título y el equipo amarillo la salvación. Pero, claro está, el Brujo, como lo llaman, desaparece. Y todo lo que sucede durante su búsqueda es lo que unos viejos conocidos de Torre quieren contar en una serie de televisión sobre la vida del futbolista y sus peripecias madrileña, y deciden contactar con el desmemoriado antihéroe para que narre sus memorias, dicha sea la contradicción.
José, por el contrario, parapetado en su encantadora tienda de libros, música y ropa, conocida como La Cápsula, desde el epicentro de la vieja dama gaditanensis, ha visto cómo la diosa fortuna le sonreía con dientes anacarados. Tras trabajar varios años en su nueva recopilación de historias, sin prisa, pero sin pausa, el simpático y humilde escritor se encontró con el viento favorable que supuso la declaración de amor incondicional que de su libro hizo el crítico Alberto Olmos. Darle publicidad a Gagarin o la triste certeza de estar solo era más cuestión de valentía que de dificultad, porque nos encontramos ante una obra bien escrita, bien pensada, y bien fornicada. Una sucesión de relatos inteligente y diálogos tan afilados como extemporáneos, con personajes inolvidables que se aferran a nuestros corazones como garrapatas sedientas. A la verdadera magia la llaman suerte: Olmos la presentó y cuatro o cinco ediciones la conocieron. Este libro es esa gema oculta que nadie halla si uno no señala la veta.
El miércoles por la tarde presentan en Cádiz los muertos de Rafael. Alberto Puyana, además. Se trata del Comisario de Gaditanoir, nada más y nada menos. Torre ni canta, ni baila, pero no se lo pierdan. José no podrá ir, seguramente, como consecuencia de sus obligaciones laborales, puesto que La Cápsula no se abre sola, pero a Dios pongo por testigo que tengo que hacer coincidir en un mismo sitio a estos dos grandes escritores y buenos amigos.
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