Balas de plata
Montiel de Arnáiz
El niño y el padre
Balas de plata
La inocencia del niño que pregunta a su padre que por qué la gente vota al PSOE, más bien que por qué la gente vota a Pedro Sánchez. Le dice: ¿no se dan cuenta de que es un mentiroso? Entonces, el padre le explica que hay personas que consideran que el Presidente del gobierno sufre una persecución y que su ética y moral son intachables: los jueces le tienen tirria, la oposición le crea bulos de fango y hez, la ultraderecha es el enemigo a batir y por ultraderecha se entiende todo lo que no es la izquierda. El niño que ya no es tan niño porque va a dejar de serlo en unas semanas, ese mismo zagal que filosofaba desde siempre con los problemas de la vida y la muerte, piensa ahora en las ajadas circunstancias del amor, especialmente el no correspondido, y le pide a su padre libros de autoayuda, de coaching, de entenderse a uno mismo, confiesa que uno de sus mejores amigos le dijo hace un año que era del PSOE. ¿Cómo puede ser del PSOE un niño que ni vota ni va a mítines?
Dice el niño a su padre que el otro niño, inocente también, le explicó que lo que ocurría es que él era socialista porque sus padres eran socialistas. Eso es algo que se hereda de padres a hijos, al parecer, debe pensar el niño. Pero no, no es así. De hecho la madre "socialista" del niño pertenece a una familia con raigambre conservadora, pero dos que duermen en el mismo colchón, votan al mismo pedazo de. En fin, que me desvío. El padre le explica al niño, ahora que percibe que tiene una mínima parte de su atención, que en su casa sus padres, los abuelos del niño, jamás consintieron en que se hablara de política en la mesa, ni expusieron a qué partidos votaba cada uno. Eso es secreto, añade. Y también le dice que, precisamente por eso, en casa ni él ni la madre del niño hablan de política. Ven el telediario, eso sí, y sacan concusiones. Leen la prensa, cuando pueden. Y forman su opinión. Pero en casa, como en los bares, le dicen al niño: "no se permite el cante, el baile, ni se fía, ni se habla de política". ¿Sabes por qué?, le pregunta el padre al chiquillo. Para que no se pelee la gente, contesta acertadamente el niño. Efectivamente -dice el padre con languidez, la mirada extraña que tiende al infinito-, para que la gente no se pelee.
La familia termina de comer. El niño recoge la mesa y se va a descansar, o a trastear el móvil, o a matar gente (en el Fornite), entre libros de autoayuda que quizás llegue a leer, quizás no. Los padres se sientan en el sofá y miran la predicción del tiempo. Es una demostración más de la madurez provecta, ver si lloverá al día siguiente. El padre piensa que acaba de empezar el chubasco y no hay paraguas para tanto corrupto, pero se lo calla. Un día más.
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