No a la guerra

El Alambique

06 de abril 2025 - 07:00

Para mi generación, la paz es ir al colegio con una camiseta blanca a finales de enero y pintar una paloma. Para mi generación, la guerra es un concepto lejano, lo que pasa en las películas, lo que pasa en el tercer mundo, en otros tiempos. Nuestros padres pudieron sufrir falta de libertad, miseria, pero no un conflicto armado, así que ni sus recuerdos nos han enseñado a entender la guerra. Las misses, en los concursos de belleza, pedían “paz en el mundo” porque aquí se daba por sentada.

Hemos sido activamente feministas, ecologistas, anticapitalistas, antiterroristas… pero el pacifismo se quedó siempre en lo abstracto, porque sí, queremos vivir en paz, pero, ¿cómo reivindicar lo que ya se tiene?

Nadie de mi edad hizo la mili, que décadas antes ya era una versión descafeinada, y lo más cerca que la mayoría hemos estado de un arma ha sido en una sesión de paintball. Pese a los años de “OTAN no, bases fuera”, la presencia de americanos en Rota se ha considerado siempre más exótica que amenazante. Y, sí, salimos a decir “No a la guerra”, pero no era la nuestra.

De repente usamos palabras como rearme, ejércitos, defensa, kits de emergencia. Se han colado en nuestras conversaciones. Estoy segura de que la amenaza militar está cogiendo hueco entre el precio de la vivienda y la corrupción política en el listado de preocupaciones ciudadanas, aunque los estudios de opinión puede que aún no hayan tenido tiempo de reflejarlo.

Me cuesta (aún) imaginarme atrapada entre trincheras. Sin embargo, no me parece infundado, por ejemplo, temer que mis hijos se vean obligados a realizar formación militar, o que se nos estrechen las fronteras. Todo porque a un puñado de señores, a cual más gallito, a cual más disparatado, le ha dado por jugar con el mundo y quienes aquí vivimos. Un día al Monopoly, al día siguiente al Risk.

Están tan lejos, y están tan sordos, que no encuentro la forma de decirles que este no es el camino que yo quiero coger.

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