Manuel Amaya Zulueta

Onti

El pálpito amarillo

11 de febrero 2025 - 03:03

Enel mundo del balompié tendemos, todos, a profesar admiración, quizá desmesurada, por ciertos peloteros y elevamos a gigantes a simples mortales lo que, de algún modo, produce un perspicaz enaltecimiento de nosotros mismos, resultando como si tuviéramos un doble que nos hace mejores. Irrealmente, claro. ¿Quién no ha ensalzado a Mágico, a Messi, a Cristiano, a Butragueño, Puskas, Kubala, Di, Romario, Cruyff, entre un centenar. Pareciera como si ese doble que nos hemos elaborado nos hiciera partícipe de nuestra pírrica colaboración en la victoria del equipo de nuestros pendones. No olvidemos que quien exclama “Viva el Real Madrid”, inconscientemente está gritando “Viva yo”. Nos creamos ídolos en los cuales depositamos parte de nuestras frustraciones, de modo que descargamos nuestras derrotas en el admirado talismán, e intercambiamos sus victorias en nuestras.

Algo de eso está empezando a acontecer, servidor el primero, entre la cofradía amarilla, deseosa, como todas, de tener su propio fetiche, un algo que llevarse a casa tras abandonar las gradas del Tadio. Después del partidón, partidazo, juegón de Ontiveros, empieza a visibilizarse en el horizonte del Carranza-Mirandilla una suerte de devoción por el marbellí. Y es que el chico hizo de todo, incluido pegarse una carrera detrás de un rojillo en el minuto 92. Admirable que con el partido resuelto, el de más clase se derrengue hasta la extenuación sobre el verde. Porque, díganme qué cosa hace mal Ontiñano. ¿Cuál misterio subyace en este profesional del balón para no se alinee en un equipo de superior categoría? Enigma grande. Aunque lo mejor es que se quede aquí. No te vaya a ir, quillo, Onti.

En otro orden de cosas debemos aceptar que hay entrenadores que hacen mejores a jugadores que nos parecían (o eran, incluso) flojitos, valga el eufemismo. Un ejemplo de ello es San Flick, y tal está sucediendo en nuestro Cai con Garitano, ayer con su torerita con entorchado, como definió el jacarandoso trauma del palco de Asisa. Y es que el tal se fija mucho en los modelitos que saca el excelente míster vasco. Porque, y ya bajando a la seriedad, el vasco le ha dado la vuelta al equipo “como un calcetín” (expresión ésta propia de las ancianas de la calle Trinidad y adláteres). Ese equipo del pelotazo y tente tieso que ha sido el Gloriosito durante años ha desaparecido. La bola se saca desde atrás, unas veces con más éxito que otro, pero no del portero al nueve. Ahí va, quien la coja pa él. A pelú. Hay un orden que no habíamos visto antes con el infausto entrenador anterior. Y del orden, eso que llaman “dinámica”, que no es una lotería, un azar, sino trabajo de entreno, esfuerzo colectivo e individual simultáneamente.

Para terminar varias cositas. Rasgo de valentía del equipo técnico: apostar por un pibe de la cantera, De la Rosa, que hizo un segundo tiempo primoroso, admitiendo la comprensiva inexperiencia del “canterano”. Ensalzar los goles, preciosos todos, que tuvimos el deleite de ver, sedientos como estábamos en Carranza de vislumbrar bellos tantos. Y cinco. ¿Desde cuándo no metía cinco goles el Gloriosito? Cabezazo magistral del de San José del Valle. Rasca, Carlos Fdez., que todavía no te has estrenado. Genial y obsequioso pase del Monstruo a Rosa en el gol de la certidumbre. Inteligente modo de desenvolverse en el área de Melendo que termina en las botas de Escalante, el quinto. Y la técnica en el toque de Álex. En fin, un partido sin desperdicio. Gracias a todos por el regalazo.

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