El pabellón en ruinas

Balas de plata

16 de diciembre 2024 - 08:14

Fui al Memorial Héctor Quiroga de Puerto Real una sola ocasión, y mantengo en mi recuerdo aquellos días gloriosos de mi juventud. Fue mi tío Jose Mari el que me llevó por primera vez, porque le habían regalado dos entradas y sabía de mi afición por el baloncesto. Estos retazos vienen a mi mente ahora que leo que el mítico pabellón municipal que fue envidia y ejemplo para muchos otros que se construyeron después, se cae a pedazos. Tras muchos retoques y parches, los técnicos han dicho que se acabó, que es algo así como que mejor derribarlo que repararlo. Efectivamente, la villa de Puerto Real tiene la sala 512, un pabellón polideportivo de barrio que da el pego, pero carece de la grandiosidad del recinto en el que jugaron Epi, Petrovic, Sabonis, Kukoc o Fernando Martín.

Tener un lugar mágico como ese pabellón inspiró a muchísimos jóvenes como mi amigo Pedro Misas a apuntarse a Las Canteras o a cualquiera de los equipos que batallaban en sus pistas en los ochenta y los noventa. Lo que ocurre es que mantener instalaciones deportivas cuesta mucho y los diferentes alcaldes que han regido en Puerto Real han optado por dirigir sus partidas presupuestarias a otras prioridades. Y eso ha repercutido negativamente en la estabilidad del edificio y en la afición al baloncesto en el pueblo.

Recuerdo a Fernando Romay enzarzarse a puñetazos con Dino Meneghin a poco de comenzar el partido. Los árbitros expulsaron a ambos. Era septiembre de 1989, yo tenía doce años, y disputaban el torneo el Real Madrid, el FC Barcelona, la Cibona de Zagreb y la Philips de Milán.

También recuerdo otro torneo internacional en Puerto Real, disputado en 1988 en el Pabellón Municipal, que acogió a la Universidad americana de Duke, donde jugaban Danny Ferry y Adelnaby, dos jugadores que acabaron en la NBA y de los que conseguí el autógrafo sobre la propia entrada del torneo, junto con la selección española de Díaz Miguel, la checoslovaca y la URSS de Tkachenko, Marchulenis, Volkov y Kurtinaitis.

Guardo con cierta vergüenza un par de anécdotas. La primera, cuando otros chavales ávidos de conseguir autógrafos de sus ídolos se acercaron a pedirle la firma a uno de los jugadores de la selección que estaba sentado en el banquillo antes de comenzar el encuentro. Un chico le dijo a otro: ¿sabes quién es? Y le contestaron: ¡Es Epi! La cara de Jordi Villacampa fue un poema y a mí me enfadó que aquellos dos no supieran de quién se trataba.

Por otro lado, yo estaba a pie de pista cazando firmas cuando me di cuenta de que los jugadores de la selección española se habían intercambiado banderines con el equipo rival y habían arrojado al suelo y sobre el banquillo los recibidos. El joven jurista en ciernes que era yo debió pensar que cualquiera de esos banderines era una "res nullius" y se acercó a un banquillo y tomó uno. Entonces apareció una sombra rojiazul detrás de mí, llamada You Llorente, y me echó una bronca del tipo "eso no te pertenece".

Ojalá Puerto Real vuelva a tener nuevamente un pabellón a pie del paseo marítimo y congregue en él torneos internacionales. Y que sea pronto, además.

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