El Alambique
J. García de Romeu
En un Puerto gaditano
Un páramo estéril, cuarteado como un puzle, se abre ante la mirada del grupo. Milei, acuclillado, se atusa el pelazo y lamenta la sequía que inunda el paisaje lunar. Todo esto antes era agua, dice Meloni nostálgica, atusándose el pelo. El holandés se atusa el pelo, y lame un terrón de tierra seca y entona un himno cualquiera. Donald, más pragmático que el resto, se atusa el pelo y anuncia el plan para el descampado, con un gran casino repleto de luces navideñas.
No hay bien que por mal no venga, comenta Meloni, que aplaude la idea de su amigo. Si dolarizamos el enclave, esto se llenará de personas, reemplazando a los flamencos migrantes que antes descansaban aquí sin aportar ni un centavo, explica el argentino. Céntimos, corrige el holandés, cuyo nombre aún no se puede pronunciar. Eso; malditas aves subvencionadas, corrobora Donald. ¿Y qué pasa si llueve?, pregunta el más listo de los presentes. Abrimos el embalse y regamos los aguacates y los langostinos que hay más abajo, que están ya como mustios, explica el proponente, atusándose el pelo otra vez pues se le desatusa cada dos por tres por culpa de la ventolera. Está bien, está bien, tranquiliza Meloni; no seáis agoreros. El problema es que aprovechar el fondo seco del pantano para vuestro proyecto podría entenderse como progreso, y eso no nos gustaría, ¿verdad?, apunta el holandés.
Al fondo, atisban a un par de personas que se acercan, turbias por el efecto del sol desértico. Parecen munícipes. Vienen corriendo, haciéndose selfies desenfocados. El grupo aguarda en silencio. Por el acento, dice Milei, que sabe de acentos, diría que son de aquí. Los recién llegados recuperan el aliento, entonan un villancico extemporáneo y finalizan con un gracias por venir. Los de pelo atusado desnaturalizan la imagen y se ríen, pero no sin exponerles el proyecto que tienen entre cabezas. Gracias, gracias, repiten los españoles, pero para llevarlo a cabo, le explican rogando, habrá que esperar el visto bueno de Caraballo.
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