Los partidos han de llegar a un acuerdo en defensa
Tribuna Económica
EN un artículo anterior consideramos la financiación pública y privada de la defensa. Planteamos ahora que no llegar a un consenso sería una irresponsabilidad imperdonable de los partidos políticos. Además del financiero, este consenso tendría dos pilares. Primero, la autonomía, ya que si lo que se gasta en defensa por la UE se produce y queda dentro este sería ya un punto de acuerdo. Pero requiere una matización, pues si bien el 55% de los equipos importados en los últimos cinco años fueron de EEUU, en la UE se fabrican armas bajo licencia norteamericana; Dinamarca, por ejemplo, fabrica 100 componentes del avión F-25, y no es fácil definir qué significa independencia. No puede ignorarse a EEUU, que tiene en Europa 90.000 militares, aunque no para defendernos, sino como escudo para que la guerra nunca llegue a su territorio; ni desconocer su tecnología de información, pues fue EEUU quien alertó a las autoridades alemanas del intento de asesinato desde el Kremlin de Armin Papperger, presidente ejecutivo de la compañía de armamento Rheinmetall, que quitaba contratos a la rusa Rostec, séptima empresa de armas del mundo. Hay que considerar a Turquía, que fue líder en programación de drones, fortalecer a la UE dentro de la OTAN, llegar a acuerdos permanentes con países asiáticos fiables, y asumir que un gobierno irresponsable en EUU no implica poner fin a una relación, sino ganar en autonomía a la espera de poder tratar con gente normal.
Una segundo pilar es entender que gasto en defensa y social no son incompatibles. Defensa es más que el armamento convencional, pues sólo una tercera parte del gasto de defensa es para compra de equipos, y en el sector se incluyen servicios de información, vigilancia y reconocimiento, comunicaciones, satélites, que tienen usos civiles, o sistemas de protección de cables y conductos que son saboteados sistemáticamente –este es precisamente el tema de Twist, la última novela de Colum McCann sobre la vulnerabilidad de infraestructuras y una metáfora de la fragilidad de nuestra vida digital–. Hay tratamientos médicos para la sordera, que se desarrollaron en el ejército, así como protección ante catástrofes naturales o provocadas y los ataques cibernéticos que sufrimos a diario. En suma, sería inteligente acordar entre los partidos cómo se complementa en la práctica el gasto en defensa con un concepto amplio de protección social, pues los desastres suelen perjudicar más a los desfavorecidos.
Hablamos de defensa con ingenuidad, como si hubiera alternativas, pero la amenaza de una Rusia revanchista es real, y ser fuertes es sin duda una forma de disuasión; por eso he encontrado siempre repulsivo y fascinante el libro Armas e Influencia, del economista Thomas Schelling, por la frialdad lógica con que aborda la fuerza militar para intimidar al adversario en un proceso de negociación que –dice– es diplomacia viciosa, pero diplomacia. Aunque a veces, como apunta Antulio Echevarría en su librito sobre estrategia militar, el problema es que en el intento de forzar al oponente a hacer lo que uno quiere, el enemigo es capaz de soportar más crueldad de lo que se espera, como ocurrió en Vietnam, y ahora Ucrania, y el más fuerte recurre al exterminio como en Gaza.
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