Paseo democrático

Náufrago en la isla

24 de febrero 2025 - 06:00

De entre todas las iniciativas recientes del Ayuntamiento de San Fernando me alegran particularmente las que se refieren a la construcción de viviendas y a la rehabilitación o acondicionamiento de lugares ciertamente abandonados para su conversión en parques. Donde vivir y por donde salir son preocupaciones que parecen contrapuestas y que, sin embargo, son complementarias. Soy de los que disfrutan con planos y maquetas al mismo tiempo que hago cálculos sobre si me dará tiempo a verlos convertirse en realidad. La realidad, la historia y mi propia edad me hacen ser pesimista sobre este particular, pero el optimista nato que habita en mí espera siempre la sorpresa.

Soy amante de los parques públicos porque me parecen los lugares de disfrute más democráticos que existen, para todas las condiciones, clases sociales y edades. Nadie es excluido del paseo , del encuentro casual o del programado, a nadie se le expulsa de esos bancos hechos para besos y descansos, ninguno se siente en tierra extraña en esa especie de casa común bajo el cielo. Habilitar y acondicionar esos espacios es una de las obligaciones ineludibles de las autoridades municipales.

Así que buscar dinero en Europa para construir parques me parece un rasgo de inteligencia y sensibilidad democrática. Me toca especialmente el proyecto que se dirige a acondicionar los terrenos de los antiguos polvorines de Fadricas, por cercanía al barrio de La Casería, tan ncesitado de cuidados, y por la increíble riqueza histórica y paisajística que el paraje atesora y que, como el arpa de Bécquer, espera desde hace décadas esa mano de nieve que sepa arrancarle sus notas dormidas.

No sé qué tiempo correrá más rápido, si el de los papeleos de la burocracia y de la disposición y capacidad de los funcionarios y políticos o el de mis ya cargados almanaques, pero aún me llega el optimismo para calcular que, a no demasiado tardar y con el paso ya futuriblemente cansado, pueda caminar mirando a la Bahía por entre senderos plantados, buscando con la mirada una vez los insectos polinizadores y otra las inscripciones de aquellos soldados franceses que en el siglo XIX entretenían sus guardias grabando, con la punta de la bayoneta, sus nombres en los muros del antiguo baluarte. Así sea.

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