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El Alambique
María González Forte
Jugando a ser dioses
Náufrago en la isla
Vuelvo irregular y acronológicamente a la calle Lista de mi infancia, y a las cuatro esquinas ficticias que servían para nuestros juegos, en la confluencia con la calle Dolores. Lo que busco no se encuentra ya en las pocas fachadas supervivientes ni en los desaparecidos chinos del pavimento, sino donde siempre han subsistido, ahí en la memoria selectiva. La accesoria que daba cobijo a un inimaginable número de familias ya no existe tampoco, y acoge, supongo, sólo a dos con todas las comodidades a las que tenemos derecho. Pero, aunque ellos lo desconozcan, seguro que el espíritu de nuestras carreras por la precaria escalera entre el patinillo y la azotea aún permanece, correteando aún entre los cuerpos y muebles de sus nuevos habitantes.
Queda, claro está, la trasera del patio del colegio de los Hermanos de La Salle y, tristemente, el tiempo se llevó por delante el que fuera un día hermoso y enorme Jardín de Lista. Es curioso como lo importante, el recuerdo, permanece pese a piquetas y grúas en esta retícula urbanística que siempre rememoro rodeado de vecinos con apellidos italianos, niños y mayores.
En aquel lejano entonces, y diría que también ahora, la calle Dolores se iba diluyendo desde su inicio en la calle Real y hacia abajo, de manera que en la parte alta vivían quienes se podían permitir tener una casa por familia, con hermosos cierros y balcones y, hacia la mitad más o menos aparecían los patios de vecinos, ruidosos y superpoblados, hasta venir a parar en el Zaporito (más Italia) y sus alrededores. La calle Lista, que entonces apenas merecía entre sus vecinos el modesto nombre de 'callejón', era una especie de marca de división o frontera entre dos poblaciones que se llevaban bien... o lo aparentaban.
Cuando en mis escasos paseos por este paisaje encuentro algún rincón que pervive, me maravillo y me reubico en el lugar al que Rilke llamó la verdadera patria del hombre, esa que ninguna orden interesada te impone, ni ningún pensamiento excluyente quiere manipular. Tengo que volver más a menudo, sin vergüenzas, a ese país remoto y nuestro, que es el barrio en el que nacimos.
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