Pedro Ingelmo

Nuestro pequeño Mister Marshall

28 de mayo 2017 - 02:02

El rodaje de Spielberg supuso para Trebujena una inversión de 30 millones de dólares y que el pueblo más comunista de la provincia disfrutara del capitalismo más ostentoso, el del Hollywood con aromas de las grandes producciones clásicas. En cualquier caso, el telón no se acabó de cruzar y, por ejemplo, Spielberg no tuvo la deferencia de visitar al alcalde del pueblo de entonces, comunista por supuesto, Juan Antonio Olivero. Además, los chicos del cine eran mirados con recelo por los sindicatos de clase. CCOO estaba escandalizada con el descontrol. Denunciaaba que los 300 trabajadores de Trebujena contratados para levantar el campo de concentración realizaban sus tareas sin casco y que la mayoría estaban apuntados al INEM y que, por tanto, seguían cobrando sus subsidios. También dijeron que se contrataba a voleo y de manera humillante, que los de la Warner tiraban los contratos al aire yel que cogiera el papelito se quedaba con el trabajo. Warner ni se molestó en contestar a estas cusaciones.

Pero la relación laboral fluía. Los trajes de los presos eran confeccionados por costureras de Trebujena, en las peluquerías del pueblo se rapaba al cero a los extras, rubios y de ojos azules de toda la provincia que se habían presentado al casting. Esos extras cobrarían por jornada entre 5.000 y 7.500 pesetas. Las panaderías no daban abasto porque el equipo compraba a diario en el pueblo cerca de tres mil chuscos.

Que este maná llegara a Trebujena fue responsabilidad de Antonio Pérez, un productor sevillano que ganó un Goya por Solas, pero que en aquellos años se ganaba la vida rodando atardeceres para una marca de aceite. Por pura casualidad ese spot cayó en manos de Spielberg y puso a Trebujena en el mapa. El director no dudó. Esa era su localización. A mitad de rodaje Spielberg ofreció una rueda de prensa en el hotel Jerez para hablar de la cordialidad española, de lo bien que lo hacían los extras y de que no comía carne ni bebía alcohol, pidiendo de antemano perdón a los bodegueros de Jerez.

Se habló de que El imperio del sol supondría la llegada de un nueva era, que más rodajes se fijarían en Trebujena, que el nombre del pueblo se conocería en todo el mundo. Más dinero americano para un pueblo que entonces tenía una altísima tasa de paro. Nada de eso sucedió. Cuando Spielberg se marchó, nadie más vino. De hecho, de aquel campo de concentración en la s marismas de la finca Alvantu hoy no queda nada. Sólo el recuerdo de cuando el Midas del cine convirtió Trebujena en oro.

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