El Alambique
Jesús Andrades
Ojú que lío
El habla, la dicción, la oratoria, o la aplicación de la retórica al texto oral, la dialéctica… Todo eso existe cuando estudiamos teoría literaria, pero nunca o casi, en la realidad, en tantos libros -hay más escritores que lectores- y en tantas tertulias con y sin televisión con un léxico paupérrimo y mal pronunciado. Nos azotan, presentadores e intervinientes, el oído interno y medio con taladros orales. Pero, como mosca molesta y pesada de Balzac, se reiteran las muletillas, esos hábitos expresivos, tal moscas cojoneras, que encallan la conversación. Ejemplo de nexo pijo, la conjunción explicativa "o sea" en vez de usar nuestro castizo, "quiero decir".
El adjetivo calificativo "bueno", como nexo entre frase y frase, es deleznable e indica, normalmente pobreza oral. El abuso de ponderativos es casi tan nocivo, como los nexos, magnífico, fenomenal, excelente, soberbio, colosal… y también es anexo de un paupérrimo bagaje lingüístico e intelectual.
El lenguaje es moldeable, adaptable, evolutivo, dicen los académicos, pero, la mayoría de las veces, se mueve como una oreja de resonancia, cogiendo ecos de otras palabras, que no son ciertos, pero que pudieran parecer lógicos.
Hay gente que dice "es más malo que la cangrena". Palabra que deviene del verbo griego "grao", -comer-, por la necrosis que devora tejidos. Lo recoge muy claramente el médico don Pedro Felipe Monlau, autor de un diccionario etimológico, que lo refleja fielmente. El eco falso es, como no, el "der pueblo" que la corrompe con cangro, cáncer, que también devora tejidos. Y así se mantiene el ejemplo de una palabra todavía en uso y abuso del catervario llano. Como losillo, por husillo, de un erudito violetero.
Pero, cuántos comunicadores han oído que debe decirse en absoluto, de ninguna manera, bajo ningún concepto y usan el incorrecto "para nada" incluso en sus escritos.
Manolo Pérez Casáux padecía urticaria auditiva cuando percibía su uso entre los/las, escritores locales, que son y dicen serlo, por encima del tiempo y de quien sea.
El uso y abuso de la muletilla, latiguillo, coletilla, empaña las conversaciones, banaliza el habla, aburre al oidor.
Son normalísimos, pero horrendos, los "verdad", "en verdad", "o sea", "entonces", ¿entiendes?, ¿sabes?, como tú sabes, tú ya me entiendes… A ver, o sea, es decir… - ¿Vale? ¿Sabes? ¿Sí? ¿No? ¿Ok? ¿Verdad? · Y, como no, evidentemente.
El aderezo de tantos vicios se adoba con tópicos que ya son catacresis, "la cruda realidad", "como la vida misma", "la actualidad palpitante", "correr un tupido velo", "canta como los ángeles", "como la copa de un pino", "aquí el que no corre, vuela", "sin que sirva de precedente", "por consiguiente", es decir, nuestro pensamiento más impersonal y automático.
Sintagmas disecados ya. Palabras vacías de sentido que en labios de locutores, profesorado, comunicadores, emplean sin cuestionarse su uso. Y políticos, una enormidad enorme como el pleonasmo. Y no quiero hablar de la colonización de anglicismos. Si no hablamos bien nuestro idioma, ¿Cómo vamos a intentar entender otro? Ajú, ojone, ojú.
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